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El funcionario que marcaría la diferencia en el segundo periodo Trump es Pete Hegseth, secretario de Defensa.

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Obviamente, tan pronto como se supo lo de su nombramiento, llovieron las críticas ; pero eso es algo habitual cuando los adversarios saben que el escogido es quien mejor puede manejar el asunto más delicado de todos.

Por supuesto, y a diferencia de lo que suelen hacer los presidentes pusilánimes y corbiflojos, un hombre tajante, como Trump, no solo desestimó las diatribas sino que reafirmó el nombramiento para darle sentido al eslogan de su campaña.

De hecho, el principal aval con que cuenta Hegseth, es el de ser presentador y comentarista con ideas claras e ideología sin tremores.

Para dejarlo claro, no se espera que, en seis meses, él aparezca renegando de su ideología, dubitativo y acobardado, sosteniendo que « nunca ha sido de derecha sino de un centro saludable ».

Que es exactamente lo mismo que sucede con Sean Duffy, secretario de Transporte, en tanto analista de la cadena Fox.

Como sea, esta vendría a ser una de esas escogencias basadas en la ciencia política, en una vida profesional siempre próxima al estamento militar, y en argumentos esenciales expresados en varios libros, principalmente, « American crusade - Our fight for stay free », y « The war on warriors - Behind the betrayal of the men who keep us free ».

Algunos alegan que no cuenta con experiencia ejecutiva ; pero, probablemente, eso mismo sería una de sus principales ventajas.

Otros alegan que desatará una persecución contra todo síntoma de homosexualismo en el sector de la seguridad y la defensa, incluyendo centros educativos y secciones administrativas, pero, como es apenas obvio, eso no pasa de ser una simple especulación hipotética.

Lo cierto es que, ya con el control republicano del Senado y de la Cámara, a Hegseth le será relativamente cómodo coordinar esfuerzos con Marco Rubio, como secretario de Estado, para impulsar tareas esenciales.

En América Latina, por ejemplo, se espera una ofensiva contra el multicrimen en asociación directa con gobiernos como el de Colombia, México y Ecuador.

En cambio, los Estados gánster tendrán que sortear muchas tensiones, sobre todo, porque Vladimir Putin no sacrificará su entendimiento con Donald Trump tan solo para defender a Daniel Ortega.

En tal sentido, el sistema de Defensa de los EEUU sería depurado para que los dineros enviados a saco roto hacia Ucrania sean reemplazados por unas negociaciones pragmáticas que garantizasen el equilibrio de poder en Eurasia.

Asimismo, se podría promover una especie de ‘OTAN para el Medio Oriente’, liderada por Riad y Jerusalén, con el fin de neutralizar a Teherán y su Eje de la Resistencia que, tras el ataque israelí a la central de investigaciones nucleares de Parchin, a finales de octubre, ya sabe con exactitud lo que le espera.

Y como si fuera poco, el tándem Hegseth-Rubio tendrá que encargarse de disuadir a Xi Jinping de invadir a Taiwán en el 2027, frustrando así las aspiraciones chinas de celebrar con bombos y platillos los 100 años del Ejército Popular.

Disuasión que, como esencia misma de las cuestiones estratégicas, siempre fue desestimada por la dupla Obama-Biden, permisiva con los avances rusos sobre Crimea y el Donbás a fin de complacer a sus venerados vendedores de armamento.

Los mismos que ahora se frotan las manos despachándole a Zelenski, antes de la posesión de Trump en enero, montones de minas antipersona y los costosísimos misiles ATACMS.

 

vicentetorrijos.com