Para muchas personas, la salud mental sigue siendo entendida solo como una opción, algo de lo cual podemos prescindir e incluso darle importancia solamente cuando ya tenemos un problema instalado.
Mejor dicho, tenemos la mínima inclinación a cultivar nuestra salud mental de forma preventiva y, en cambio, esperamos a tener al “tigre” sentado a la mesa para empezar a preocuparnos por problemas que pensábamos que nunca tocarían nuestra puerta.
La realidad nos muestra, sin embargo, que es necesario enfocarlo de otra forma: todos somos susceptibles a caer ante las circunstancias y enfrentar problemáticas de salud mental, por lo que es importante aprovechar los momentos en los que estamos bien para prepararnos, ser preventivos y aprender cómo funcionan estos temas que aún siguen siendo un misterio para la gran mayoría de personas.
La ansiedad no es un fenómeno que surja de la nada. Su origen viene de nuestras incertidumbres, muchas veces mal gestionadas. ¿Qué quiero decir con esto? Que no nos gusta vivir “sin saber”, sin tener cubiertos todos los huecos de información.
En general, a las personas nos tranquiliza la seguridad, lo previsible, lo que podemos saber, controlar, y por eso, muchas veces, cuando llegan cambios e imprevistos que nos sacan de lo conocido, empezamos a sentir que se nos mueve el piso.
Dios no nos ha dado la posibilidad de conocer el futuro, bueno, eso sí, al menos como nos gustaría conocerlo. Él nos mueve y anima a que recordemos que en sus manos descansa nuestra suerte y que Él está al control de cada cabello, incluso de nuestra cabeza.
Cuando nuestra mente se dispersa y en vez de centrarse en lo bueno, en lo que Dios es, en sus promesas, en su carácter inmutable, en su persistencia para hacernos siempre el bien… Se enfoca en los vacíos de información, en lo que no sabemos; algo sucede en nosotros y crece la ansiedad.
Buscamos y buscamos el correctivo en todas partes menos donde podemos encontrar plenas certezas y, por tanto, erramos sistemáticamente el blanco.
No podemos escoger si aparecerá o no el miedo, pero sí podemos elegir de qué llenamos nuestra mente cuando la angustia aparece.
No lo haremos porque sea fácil o porque surja intuitivamente de nosotros, sin más. Es una decisión intencional, sin duda. Pero también, y por esto mismo, una de las decisiones que puede traer más bendición a nuestras vidas en momentos de angustia. Dios honra trayendo paz sobrenatural a nuestros momentos oscuros cuando decidimos atender su voz, escogiendo la mejor parte, orientando nuestros sentidos no hacia lo desconocido, sino hacia lo que sabemos con plena certeza de fe: que Él es el Dios de paz en nuestra angustia.
Hay un párrafo de la Biblia en el cual te invito a meditar en este día:
“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay alguna virtud, si algo digno de alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros.”
(Filipenses 4:8)
No podremos controlar lo que sucede a nuestro alrededor, pero sí lo que sucede en nuestro interior.