Si nacemos predispuestos a sentir miedo como mecanismo de supervivencia, ¿por qué lo combatimos todo el tiempo?
Todos nacemos con algo denominado “patrones fijos de acción” conocidos como los circuitos neuronales para tener miedo ante alguna circunstancia que ponga en peligro nuestra vida. Esto quiere decir que hay una base neurobiológica del miedo claramente definida en una región concreta del cerebro llamada la amígdala, una pequeña estructura alojada en el seno del sistema límbico (nuestro cerebro emocional) y que desempeña un papel clave en la búsqueda y detección de señales de peligro para poner en marcha funciones que aseguren la conservación y seguridad de nuestra vida.
Cuando la amígdala se activa, se desencadena la sensación de miedo, y su respuesta puede ser la huida, el enfrentamiento o la paralización. El miedo produce cambios inmediatos en nuestro cuerpo como por ejemplo:
Si estos cambios perduran en el tiempo por un permanente estado de inseguridad, puede llegar a afectar el funcionamiento de órganos vitales como las arterias (Hipertensión arterial), el corazón (taquicardias, arritmias, enfermedad coronaria), los músculos (fibromialgias), el sistema gastrointestinal (colon irritable, dispepsias), el cerebro (depresión, ansiedad, fobias, alteraciones de la memoria, atención, concentración, aprendizaje, cambios de humor), trastornos de la alimentación y del sueño, etc.
Esto indica que la decisión de enfrentar el miedo constante que se convierte en estilo de vida y superarlo, nos permite encaminarnos cada día a un estado de bienestar psicológico, una sensación de sentirnos bien con nosotros mismos y con lo que tenemos, sin importar lo que falta o lo que tiene el otro.
Seremos capaces de llenarnos de momentos agradables y los sabremos disfrutar, sean breves o largos; requieran un esfuerzo o no. Nos será más fácil alcanzar un estado de satisfacción plena con nosotros mismos, con nuestra familia y entorno, y con la vida. Con razón la Palabra de Dios nos propone el amor como el remedio perfecto:
“Donde hay amor no hay miedo. Al contrario, el amor perfecto echa fuera el miedo, pues el miedo supone el castigo. Por eso, si alguien tiene miedo, es que no ha llegado a amar perfectamente”.
1 Juan 4:18 (DHH)
MD María Isabel Aceros Gutiérrez