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Zonas Futuro, la historia del cambio en Tumaco

En 2006, una avalancha casi sepulta todos los sueños de los habitantes de La Vega, en zona rural de Tumaco, en el Pacífico nariñense. El lodo arrasó con años de esfuerzo y sacrificio de su gente. El barro alcanzó a cubrir la terraza de muchas de las casas que sus moradores habían levantado con tanto sacrificio. La tragedia los sumió en una pobreza superior a la que soportaban hasta ese entonces. Muchos, incluso, optaron por empacar lo poco que les quedaba y se marcharon a buscar una mejor vida en otras tierras. Una de las familias afectadas fue la de María Tirsa Quiñones Rosales, una joven y valiente mujer que desde 2018 es la presidenta de la Junta Veredal La Vega, que pertenece al Consejo Comunitario Alto Mira y Fronteras Zona 1.

Esta madre de tres hijos, de 16, 11 y 9 años, decidió dejar a un lado el justo temor que le asistía para convertirse en líder social. “Asumí en tiempos en que todas las promesas se quedaban en eso: en promesas. Pero había que buscar salidas a nuestras problemáticas, en especial a las que aquejan a nuestros niños”. Recuerda que hasta hace un tiempo a una reunión comunal solo asistían máximo cinco personas, pero hoy cada uno de los 480 habitantes no solo quiere participar de estos encuentros, sino hacer parte de las soluciones para dejar atrás años de falsas promesas y volver a creer.

Lo hicieron a partir de agosto de 2019, de la mano del Gobierno Nacional y la puesta en marcha de la primera Zona Futuro de Colombia, estrategia dirigida a las regiones más afectadas por la violencia, la criminalidad y la pobreza, con el propósito de transformar estos territorios, llevando institucionalidad con legalidad, emprendimiento y equidad. “Desde el comienzo nos sorprendió la calidad humana de los funcionarios”, recuerda la señora María Tirsa. “Llegaron con el ánimo de ayudarnos, de verdad preocupados por las necesidades de la comunidad. En poco tiempo se ganan nuestra confianza y, mediante talleres y posteriores hechos, nos demostraron que no eran promesas, sino realidades”.

Con entusiasmo, la líder y demás habitantes de la vereda detallaron sus necesidades prioritarias, encabezadas por la precaria condición de su centro educativo, que se encontraba casi en ruinas; cada vez que llovía la cancha deportiva se convertía en un barrizal y los alrededores de la escuela eran una especie de depósito de carros viejos. “Era un sitio peligroso para nuestros niños, porque ahí, entre esos carros abandonados, se escondían hasta culebras”, recuerda la presidenta. “Pero gracias a Dios -agrega- con Zonas Futuro todo cambió. En muy corto tiempo nos demostró que lo que decían sus funcionarios se cumplía”.

En menos de seis meses, el cerramiento del centro educativo era una realidad y la amenaza de las culebras desapareció. La escuela estrenó techos y fachada, y se entregó la placa de concreto para que los niños pudieran hacer deporte y sirviera de escenario de múltiples actividades culturales, incluidas muestras de los bailes autóctonos del Pacífico Nariñense.

 

“La escuela no solo despertó el deseo de aprender de nuestros hijos, sino que se convirtió en un punto de integración de la comunidad y, además, nos devolvió la esperanza”. La credibilidad aumentó cuando en menos de dos semanas les instalaron un parque infantil. “Brincábamos de la felicidad. La mentalidad cambió y la gente se unió hasta para conseguir llantas que permitieran hacer más bonito el lugar”. Luego comenzó la construcción del polideportivo y el arreglo de las calles. “Hoy, gracias a Zonas Futuro, creemos que todo puede cambiar. Hacemos ollas comunitarias y seguimos trabajando por materializar nuestras nuevas prioridades, como lo es la construcción del acueducto, porque el agua que consumimos no es potable”