Con ligereza, podría pensarse que se trata de un debate que enfrenta a las tendencias de derecha e izquierda.
Pero no. Esencialmente, lo que puede apreciarse es que, a lo largo de la última década, el asunto ha sido manejado de acuerdo con las circunstancias políticas, acomodándolo según las conveniencias.
Poco antes del plebiscito sobre los acuerdos de La Habana, por ejemplo, el gobierno Santos lo prometió con la ilusión de lograr la aprobación de las familias de casi medio millón de uniformados.
Más adelante, habiendo triunfado el ‘No’, el propio Uribismo agitó la idea con evidente simpatía pero, ya instalado en el poder, ha preferido evitarse la incomodidad del compromiso.
De hecho, el propio ministro de Defensa ha expresado ( remarcando -de manera muy curiosa- que lo hace a título estrictamente “personal” ) su rechazo a la iniciativa aduciendo que con ella las Fuerzas Armadas podrían politizarse.
En resumen, los cálculos políticos coyunturales han venido distorsionando una figura que en otros momentos de la historia despertó pasiones y que en varios países existe, promovida por sectores de izquierda o de derecha, asumiendo, en cualquier caso, que se trata de un derecho.
Derecho bien delimitado, como es apenas natural que lo sea, pero del que se goza ya sea en Estados Unidos, Chile, Ecuador o Argentina, para no ir demasiado lejos.
Porque, en el fondo, el derecho de los militares a votar no es lo que produce la politización de las Fuerzas Armadas.
De hecho, en donde existe, se supone que a ellos se les impide deliberar ( agitar opiniones, publicitar, polemizar, o lanzarse como candidatos ) garantizándose así la subordinación al poder civil, pero, al mismo tiempo, la igualdad como ciudadanos frente a los destinos del Estado.
Entonces, lo que produce la politización de los militares es algo muy distinto. Es la deliberada instrumentalización y lisonjería de un régimen hacia los comandantes de los ejércitos para garantizarse la permanencia en el poder mediante el respaldo de las armas.
Dicho de otro modo, cuando una democracia ha alcanzado un grado significativo de madurez, no tendría por qué temerle a que los militares voten.
Porque, con el voto o sin el voto, si un régimen espurio se empeña en convertir a las Fuerzas Armadas en guardias pretorianas, tarde o temprano terminará consiguiéndolo.
Y en el vecindario pululan los ejemplos. Solo hay que ver lo que sucede en Cuba, Nicaragua o Venezuela.
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Vicente Torrijos es profesor de asuntos estratégicos en la Escuela Superior de Guerra.
vicentetorrijos.com