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Un Estado imperial tiene que mantener intactas las dos facetas de la soberanía.

 ASTROLABIO # 179 / VIE 18 NOVIEMBRE 2022

La primera, es la interna : la cohesión, la unidad, la identidad.  Sobre todo, la identidad.

La segunda, es la externa : las capacidades, la influencia y la coherencia.  Sobre todo, la coherencia.

La identidad es la esencia de la nación, el espíritu y motor que mueve a los diferentes sectores sociales sin poner en duda la legitimidad.

La coherencia es la claridad de criterios para actuar decidida y decisivamente en el concierto de las naciones, orientando las agendas pero también usando exitosamente la fuerza si fuese necesario.

Sintetizando, lo que garantiza la relación directa entre identidad y coherencia es el liderazgo estratégico.

Porque una identidad sólida, sin coherencia en la conducta externa, convierte a un país en una isla.

Y la coherencia en política exterior, sin respaldo social interno, hace del país una entelequia, cuando no un hazmerreír.

Para ir al grano, los EEUU han sido hasta ahora un Estado imperial.  

Pero, traumáticamente, casi que irracionalmente, parece que estuvieran esforzándose al máximo para dejar de serlo.

Al interior, la polarización ya no es tan solo la expresión de matices bipartidistas en función de la alternancia.  Y la toma del Capitolio, el 6 de enero de 2021, es algo así como el mejor ejemplo.

Esa polarización se ha hecho patológica y ahora gira en torno a radicalismos ideológicos y a una muy escasa empatía intersectorial tanto en lo migratorio como en lo económico y lo axiológico, esto es, la interpretación de los valores fundacionales.

En el exterior, la debilidad es ostensible, a juzgar por la percepción de algunos actores a los que antes se identificaba como socios confiables.

Pero también por la incapacidad de contribuir a conformar un orden global basado en reglas claras y equilibrios que se traduzcan en estabilidad suficiente.

De hecho, países como Arabia Saudí, India, Turquía, o Brasil, se comportan oscilatoriamente, negándole a Washington el ejercicio de la influencia necesaria para enfrentar al bloque autocrático que lideran mancomunadamente Rusia y China.

Asimismo, el errático razonamiento sobre la seguridad internacional ha llevado a la Casa Blanca a caer en disfunciones de hondo impacto, como la caótica retirada de Afganistán en agosto del 21.

Retirada que, siendo solo un síntoma de incoherencia, se traduce luego en la incapacidad para disuadir al Kremlin de invadir a Ucrania y anexarse cuatro territorios.

O en la incapacidad para refrenar a la teocracia iraní de agredir ( cada vez más ) a los saudíes.

O en la misma incapacidad para desalentar al absolutismo chino de invadir ( en el momento menos pensado ) a Taiwán, so pretexto de reunificarse.

Si a todo esto se le suman los resultados de un estudio reciente como el de Heritage Foundation que muestra la preocupante fragilidad relativa del Ejército norteamericano, se comprende por qué “cuando el gato va de viaje, los ratones hacen fiesta”.

En síntesis, todo lo anterior podría tener su origen, no tanto en una crisis “estructural” del sistema democrático, sino en un déficit transitorio del liderazgo estratégico en los EEUU y la Alianza occidental.

Verbigracia, un presidente olvidadizo y trémulo en la Casa Blanca que pierde el referendo del 8 de noviembre y que no cuenta en la OTAN con colegas que lo suplan.

O un partido como el Demócrata, profundamente agrietado y sin horizontes claros, que no halla en Europa un interlocutor que despeje el panorama.

O una amenaza nuclear creciente procedente de Moscú que -como en el antedicho caso de Taiwán- no encuentra en Washington, o París, ningún obstáculo y, lo que es peor aún, tan solo perplejidad, desasosiego y dubitación.

Para no ir más lejos, un liderazgo evaporado, difuso y opaco.  

El típico liderazgo con el que un Estado imperial puede dejar de serlo de la noche a la mañana.

vicentetorrijos.com