Un video de un gato subiendo por la cortina, una foto de una vieja amiga en la playa, un videomeme del político de turno, una noticia del otro lado del mundo. Si te gusta, lo ves; si no, lo pasas. El hábito de deslizar el dedo por la pantalla es parte de la vida cotidiana de muchos, ya sea por unos segundos en el ascensor o por horas antes de dormir.
¿Qué pasa en el cerebro cuando scrolleamos?
Éilish Duke, profesora sénior de psicología en la Universidad de Leeds Beckett, explica que el impulso de agarrar nuestro celular y encender la pantalla es automático. “No somos conscientes de él porque hemos construido ese hábito por un largo periodo de tiempo”, afirma. Un estudio mostró que los participantes revisaban su teléfono mucho más frecuentemente de lo que pensaban.
Desde ese primer clic que enciende nuestra pantalla, ciertas funciones de nuestro cerebro y el diseño de las aplicaciones de nuestros celulares trabajan en perfecta armonía. La profesora Ariane Ling, del Departamento de Psiquiatría de NYU Langone, señala que los humanos estamos predispuestos a querer saber qué está pasando, un rasgo evolutivo que nos ha permitido sobrevivir. Nuestro celular alimenta esta curiosidad continuamente.
La búsqueda constante de placer
Nuestros cerebros buscan naturalmente ser recompensados, ya sea con el sexo, las drogas, o ganar dinero en un casino. “Están buscando esa novedad, ese próximo golpe de placer”, dice Duke. Las redes sociales ofrecen continuamente algo nuevo y placentero: una foto, un video, un tweet, un mensaje.
Pero hay otra parte de nuestro cerebro, la corteza prefrontal, que lucha contra esos impulsos de buscar placer inmediato. Es la región responsable de tomar decisiones menos impulsivas y más equilibradas. Sin embargo, estas funciones no siempre están perfectamente equilibradas. La parte lógica de nuestro cerebro a menudo se ve abrumada por la búsqueda de placer.
En los adolescentes, esto es aún más pronunciado. “El circuito de recompensa está en alerta máxima, pero la corteza prefrontal no se desarrolla completamente hasta los 23 o 24 años”, explica Duke.
Distorsión temporal y estado de flujo
Según Duke, cuando scrolleamos, entramos en un estado de flujo, un estado mental en el que la dificultad de la tarea se ajusta muy bien al nivel de atención y habilidad del momento. Aplicaciones como TikTok alimentan directamente este estado, causando una distorsión temporal donde no nos damos cuenta de cuánto tiempo ha pasado.
La doctora Ling compara este hábito con un camino recorrido muchas veces: “Ese camino se vuelve más claro y seguimos caminando por ahí. Es más fácil”. El scrolling constante se convierte en la experiencia por defecto, dificultando enfocar nuestra atención en otra cosa.
Consejos para evitar el scrolling compulsivo
Tiempo lejos de la pantalla: Según Ling, tener rituales que te separen de tu celular es de gran ayuda. “Salir a caminar sin tu teléfono puede tener un gran impacto”. Crear el hábito de no permitir celulares en la mesa con la familia o amigos también es ideal.
Interactuar con el mundo físico: Hacer pequeños cambios en tu rutina para hacer tareas sin usar tu celular puede ayudar. “Si puedes leer lo que sea que estés leyendo sin estar en línea, es maravilloso”, dice Duke.
Navegar el impulso: Ser más consciente de nuestras decisiones y de cómo nos sentimos al scrollear es crucial. “Puedes aguantar ese impulso”, explica Ling. “Se necesita mucha práctica, pero los beneficios a largo plazo valen la pena”.
Escuchar tus propias preocupaciones es fundamental. Si has intentado parar y no has sido capaz, considera buscar ayuda.
En conclusión, ser conscientes de cómo y por qué usamos nuestro celular puede ayudarnos a evitar el scrolling compulsivo, beneficiando nuestra atención y bienestar general.
Referencias:
Éilish Duke, Universidad de Leeds Beckett
Ariane Ling, NYU Langone
Sala digital Colmundo