Las guerras cognitivas son las que convierten la mente en un campo de batalla.
Y para apoderarse de las mentes es necesario desarrollar un monumental proceso de desinformación, de distorsión de la realidad.
Hacia el mundo, el expansionismo imperialista ruso quiere presentar la invasión a Ucrania como legítima, o sea, como la liberación de un régimen opresor que persigue a su propio pueblo y a quienes tienen origen ruso.
También quiere legitimarse mostrando cómo la Alianza Atlántica atenta contra la estabilidad rusa estacionando sus tropas en las mismísimas fronteras.
Hacia adentro, el Kremlin busca unanimidad, esto es, aprobación absoluta para su operación bélica.
Para eso, ha restringido la Internet, presiona a las plataformas de redes sociales para que controlen los contenidos y busca que los medios o los influyentes se autocensuren por miedo a las represalias.
Para lograrlo, ha promulgado leyes con penas muy severas catalogando como extremistas o agentes extranjeros a quienes critiquen a las fuerzas armadas o las operaciones militares en Ucrania.
Por supuesto, no siempre logra su cometido y muchos ciudadanos buscan afanosamente el contraste informativo, pero la persecución termina debilitando al pluralismo y le permite consolidar el efecto de adhesión patriótica que toda guerra suele producir.
En definitiva, Moscú ha conseguido que la guerra irrestricta, híbrida, proxy, simbiótica y no evidente ( sin que se le atribuya el daño ) se haga realidad.
De tal modo, rutiniza la guerra total, la normaliza ante el mundo, la moldea moralmente, justificando así no solo el desmembramiento de Ucrania sino los próximos pasos violentos que pueda estar urdiendo contra otros países del vecindario o en otras latitudes.
De hecho, sin una desinformación exitosa, ningún régimen dictatorial puede convalidar sus agresiones ni la represión que las impulsa.
Maestro de la guerra cognitiva, el Kremlin arrasa y distorsiona ; avasalla y manipula ; causa recesiones económicas, somete a otros pueblos y acalla a los suyos.
Es lo que, sin ir muy lejos, hemos llamado ‘autocracias digitales’.
vicentetorrijos.com