🌐 ASTROLABIO - SÁBADO, 11 DE ENERO DEL 2025
Con Biden, los adversarios de Trump se acostumbraron a la lasitud y, por tanto, los talibán, los persas o los ucranianos explotaron la debilidad imperial a más no poder.
Por su parte, los gobiernos que, por empatía ideológica, o por inercia política, congeniaban con el de Biden, desarrollaron conductas pendulares, aproximándose o alejándose de Washington según las conveniencias.
Víctima de su propio invento, la Casa Blanca se vio todo el tiempo atrapada por corrientes encontradas no solo en el exterior, sino adentro de los EEUU y, peor aún, al interior del propio partido Demócrata.
Esa ‘democracia apoplética’ ( enferma de apoplejía ) se convirtió más temprano que tarde en el símbolo de la decadencia de Occidente, de tal forma que Daniel Ortega se atornilló en Nicaragua, los talibán retomaron el poder en Afganistán y Rusia invadió por segunda vez a Ucrania.
Como si fuera poco, los norcoreanos enviaron tropas a combatir en suelo europeo, los persas y sus proxy atacaron directamente el suelo israelí y tan solo los chinos se abstuvieron - ¡ inexplicablemente ! - de invadir a Taiwán.
De hecho, J. Sullivan, el asesor de Seguridad de Biden, llegó a sostener, en un sesudo texto para Foreign Affairs que el enfoque de su gobierno consistía justamente en tolerar esas politicas exteriores oscilatorias porque, de lo contrario, EEUU se habría quedado sin aliados en un abrir y cerrar de ojos.
En cambio, el estilo Trump-2, histriónico, sobreactuado y altanero, es el antónimo del conformismo complaciente.
Aún así, hay que comprender que el método Trump-2 se mueve en dos planos que, en el primer periodo, no estaban tan nítidamente definidos.
El primero, es el plano de las formas, de lo que se mueve en la superficie, es decir, la vociferación, la acidez y la pendencia, nivel discursivo en el que aparecen ocurrencias como la de retomar el Canal de Panamá o convertir a México y Canadá en estados de la Unión.
El segundo, es el plano de lo profundo, del contenido, donde ya no importan tanto las palabras como los hechos y su verdadero significado, es decir, impacto estratégico.
En la práctica, eso significa dos cosas.
Ante todo, que con Trump desaparecerá el juego de la ambivalencia, la acomodación y el vaivén admitido y promovido por Biden.
Los países que quieran mantener una relación fluida con los EEUU tendrán que dar muestras de reciprocidad compatible.
Por el otro lado, los países aliados tendrán una oportunidad inmejorable para expresar sus condiciones, aportes y expectativas con las que, de tú a tú, deben comportarse los socios estratégicos.
En tal sentido, un estilo como el de Trump-2 valorará mucho más la transparencia activa y la versatilidad del “vis-à-vis”, de tal modo que decirse las verdades y exigirse mutuamente sin ambages, o bajando la mirada, resultará mucho más productivo para los países que valoren la relación con los Estados Unidos.
Los peruanos, por ejemplo, le dejaron claro a Trump que sus nuevas infraestructuras se basan en acuerdos con Pekín pero que en materia de seguridad y defensa el esquema hemisférico tiene unas líneas claras.
Por su parte, los panameños pusieron en su sitio a Trump al tiempo que expresaron con toda nitidez que la intromisión china en los asuntos estratégicos, concernientes al Canal, era completamente nula.
Los mexicanos hicieron lo propio, desarrollando un discurso contundente frente a Trump, en el que también ha cabido lo de conformar comandos especiales para perfeccionar al máximo la lucha conjunta contra los carteles del multicrimen.
Incluso, los rusos han valorado la actitud inquisitiva del equipo Trump frente a Zelenski, aunque también le dejaron claro que no concuerdan para nada con la idea de desplegar fuerzas europeas de estabilización en Ucrania, o con aquello de congelar el ingreso de Kiev a la OTAN por un período de 20 años.
Hasta los daneses le han dejado claro a Trump que no toleran su discurso agresivo sobre Groenlandia, pero han acelerado su compromiso en la infraestructura de defensa con dos modernos aeropuertos, desincentivando cualquier pretensión secesionista local así como todo intento chino de influencia directa o tangencial.
En resumen, se trata del fin de la ‘diplomacia pendular’ y de las lealtades compartidas para asumir, ya no el alineamiento en desuso, propio de la Guerra Fría, sino la ‘cardinalidad retributiva’, o sea, la diplomacia abierta pero al mismo tiempo confiable, asociada y rentable.
vicentetorrijos.com