Y, en realidad, lo de Francia es un pretexto. Lo que buscan los terroristas que amparan su odio en la fe es infligir daño a la civilización judeo-cristiana valiéndose de cualquier argumento, de acuerdo con las circunstancias.
En concreto, gracias al terror mantienen activa las redes del extremismo, exaltan el ánimo de los sectarios, avivan el sentimiento de pureza e integridad, convierten la fe en un instrumento de dominación y convalidan el papel de la violencia como herramienta rentable para ejercer una distorsionada noción de justicia.
Eso significa que el Islam es, de suyo, una religión muy distinta a lo que tales fanáticos le muestran al mundo.
Pero los radicales pretenden adueñarse de las creencias, del Corán, de la historia, y en su fundamentalismo, hacen una lectura muy primitiva de quienes no comulgan en la típica polaridad “amigo y enemigo”, “creyente e infiel”.
Lectura primitiva pero demoledora, claro, porque incitan a la destrucción y la aniquilación del otro, del que no comparte esa cosmovisión recalcitrante, yihadista, que ve en cada conducta ajena un motivo para desatar la guerra santa, ajustar cuentas y mantener intacta la presunta pureza doctrinal que solo les sirve para rendirle culto a la muerte.
Por supuesto, esta exaltación de las pulsiones y toda esta plétora de llamados a cobrar venganza o ajusticiar al infiel requiere de un aparato criminal a gran escala nutrido por varias organizaciones poderosas que estimulan la narrativa de la discordia, alientan a los alienados para que cobren vidas y lo den todo a cambio de los premios que recibirán en el más allá.
Ese aparato yihadista global ya no depende, exclusivamente, de agrupaciones sofisticadas como Isis, Al Qaeda, Abu Sayaf o Al Shabab.
Solo necesita cobertura en redes, información, adoctrinamiento electrónico, señales de odio a control remoto.
Es mediante el control remoto que consiguen desatar la furia de individuos y pequeños núcleos comunitarios dispuestos a armarse de modo muy simple con una sica, una daga o una furgoneta para matar a cuantos puedan en las calles, en la iglesias, en las escuelas.
No son lobos solitarios. Son una manada que no necesita estructura jerárquica, entrenamiento cotidiano o rangos distintivos.
Pero son manada. La manada mitómana ( basada en mitos y falsedades ) que apela a las emociones para desplegar la ira y apuñalar, arrollar o degollar.
Huelga decir que Occidente jamás cederá ante el terrorismo sin liderazgo jerárquico táctico.
Se militarizarán las iglesias, las escuelas, las esquinas, los monumentos y los medios informativos, hasta disuadir a cada hipnotizado.
Porque en Occidente, la libertad de expresión es un derecho esencial. Y ningún iluminado que reciba órdenes metafísicas cambiará el modo de vida basado en las libertades públicas e individuales.
Infundirán temor, obligarán a triplicar la vigilancia. Pero lo que todo fanático tendrá que percibir es que las sociedades libres siempre han sido eso : sociedades vigilantes de la libertad.
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Vicente Torrijos es profesor de asuntos estratégicos en la Escuela Superior de Guerra.
vicentetorrijos.com