En la vida, todos los seres humanos hemos pasado por momentos difíciles y de mucha adversidad; algunos por crisis personales, otros por problemas familiares, otros por diferentes problemas financieros, o han tenido enfermedades muy fuertes con diagnósticos bastante delicados, etc.
Ante estas duras batallas que tenemos que enfrentar, surgen algunos interrogantes como: ¿En qué confiamos? ¿En quién confiamos? ¿Por qué pasamos por esta tribulación?
“¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra”.
Salmo 73:25
Este clamor, expresa un sentimiento de necesidad muy fuerte, de un alma que ha pasado por una triste experiencia y, debido a esto, pone su mirada en el Rey de los Cielos; en el único que puede ayudarle a salir de esa situación caótica y debilitante. Este reconocimiento, de quién es Dios y su poder, trae descanso a esta vida atribulada y convulsionada. Este es un reconocimiento que traerá la victoria.
Es en este momento de la vida, cuando el ser humano se da cuenta de que Dios es, ha sido y siempre será su mayor necesidad, y teniéndolo a Él, ninguna cosa faltará.
De otro lado, no podemos caer en el error de olvidar que es mucho más importante el Señor de las bendiciones, que las bendiciones de Dios.
“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”.
Jeremías 29:11
Con este versículo, queda totalmente claro que Dios siempre quiere lo mejor y lo excelente para nosotros, y además, Dios, rara vez, hace algo exactamente como nosotros pensamos que lo haría. Nuestro mayor problema es que tratamos de descifrar o tratamos de adelantarnos a lo que Dios va a hacer.
Dios siempre tiene las respuestas que necesitamos, la solución que requerimos y el milagro que anhelamos. Nuestros pensamientos y planes son terrenales, los de Él son sobrenaturales; nuestros pensamientos son humanos, los de Él son divinos.
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Escrito por Édgar Jaimes