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Los humanos sobrevivimos gracias a la interacción con otros.  Si no lo hacemos, caemos en los graves impactos de la ansiedad y la depresión.  

🌐 ASTROLABIO # 310 - VIERNES, 23 DE MAYO DEL 2025

 

Lo mismo sucede en materia de política internacional.  La tentación del aislacionismo puede ser temporalmente rentable, pero tarde o temprano palidece.

 

De hecho, ante situaciones críticas muchos humanos se aíslan para no exponerse a la incertidumbre que perciben, pero los resultados nocivos los conminan a salir de ese aislamiento, so pena de llevar una vida sometida a los medicamentos antidepresivos, la hurañía, la mordacidad y la acritud. 

 

Entonces, lo más productivo es interactuar positivamente, porque así es como realmente se reduce el estrés y se fortalecen la salud física y mental.

 

Sin embargo, esa interacción positiva es todo un arte y demanda importantes ejercicios de diplomacia porque si bien es cierto que el miedo y la desazón se reducen cuando nos sentimos acompañados, la pregunta es, pero con qué clase de compañía y en qué tipo de andanzas.

 

Es por eso que, en función de tal interacción positiva, los países buscan integrarse en alianzas que les permitan blindarse ante amenazas, sobre todo las emergentes y las existenciales.

 

Pero cuando esas alianzas ya no coinciden con las razones ideológicas que tanto rigen la política exterior -a veces más que los propios intereses nacionales, las expectativas de poder, o la atracción y la influencia-, pueden llegar a resquebrajarse.

 

De hecho, los Estados más fuertes que, por sus capacidades y recursos lideran las alianzas, pueden manejar una cierta ‘tolerancia ante las desviaciones’ de sus asociados más débiles que se muestran inconformes o disgustados, pero esa tolerancia tiene unos límites bien definidos.

 

En consecuencia, cuando las desavenencias entre unos y otros se desbordan, los aliados pueden convertirse fácilmente en adversarios, produciéndose así un interesante fenómeno decisional que no siempre es exactamente racional.

 

Puesto que, como se mencionó antes, el aislamiento no es una virtud, los gobiernos inconformes y resentidos con la alianza tienden a adoptar conductas altisonantes, contestatarias y hasta pendencieras.

 

Sometidos, pues, a la posibilidad de ser sancionados y desacreditados, los países rupturistas buscan nuevos socios que reemplacen a los anteriores y a cuyo abrigo puedan sentirse a buen recaudo.  

 

Por supuesto, la improvisación, la impulsividad y el agobio caracterizan a estas maniobras desesperadas de desapego, por un lado, y de búsqueda de aprobación y acogida, por otro.

 

Obviamente, en semejante vaivén, las posibilidades de que el “remedio resulte peor que la enfermedad” suelen ser la constante, así que las maniobras de aproximación a otro polo de poder suelen ser, inicialmente, cautelosas y exploratorias, basadas en simples intercambios comerciales, tecnológicos o culturales.

 

Pero, cuando el radicalismo ideológico acelera desaforadamente el proceso, el gobierno marginado y resentido puede llegar fácilmente a comprometer los sectores más delicados de la política exterior, esto es, la inteligencia estratégica, los sistemas de interoperabilidad, la compra de armamento, la homogeneidad tecnológica de la seguridad y la doctrina militar.

 

Cuando esto se produce, ya no puede hablarse de simples distanciamientos entre los antiguos aliados sino de verdaderas rupturas y antagonismos, con lo cual, el gobierno débil y resentido tendrá un problema aún mayor que aquel en el que se encontraba anteriormente : tener que protegerse de las acciones de represalia de su antiguo socio y, al mismo tiempo, descifrar si su nuevo mejor amigo -y quiénes le secundan- lo respetarán, serán confiables y preferibles a los anteriores -en términos de rentabilidad, respeto y satisfacción-.

 

En resumen, esta ‘paradoja de la desconexión’ ( abandonar una alianza solo para estar más inseguro que antes ) contraviene la idea original de todo ser humano : entablar relaciones verdaderamente positivas para superar la tentación del aislamiento.

 

Y como queda claro, en la mayoría de la ocasiones no hay otro responsable que el revanchismo, el extremismo y la primitiva obsesión por las ideologías.

 

vicentetorrijos.com