Hace poco se conoció la noticia de la repentina muerte del señor Orlando Pelayo, padre del niño Luis Santiago de tan solo 11 meses de edad. Este señor estaba cumpliendo una condena de 58 años en un centro penitenciario de la ciudad de Valledupar.
Desde ese fatídico día del 26 de septiembre del año 2008 todo el país estuvo en vilo por la suerte de Luis Santiago, en un principio se había dicho que era un secuestro y al padre lo vimos por todos los medios de comunicación llorando e intercediendo por la liberación de su bebé, participando en vigilias de oración junto con toda una comunidad del municipio de Chía (Cundinamarca) que no tardó en solidarizarse.
La investigación dio un giro sorpresivo y lejos de imaginarnos que esa persona de escasas palabras, que se mostraba angustiado por la desaparición de su hijo fuera el principal sospechoso y también el autor de tan horrendo crimen, cuando se comprobó al cabo de unos días que Luis Santiago había sido asesinado y todo, por no querer pagar una cuota de manutención alimentaria para él. En recientes declaraciones, la madre de Luis Santiago, Ivonne Lozano, expresó que este hombre se llevó un secreto a la tumba que nunca quiso confesar, el cual lo fue dejando en la oscuridad de la vida.
Hoy, después de casi 15 años, muchos nos preguntamos ¿qué estaba pasando por la mente de este señor para llevar a cabo tal crimen? Sin duda alguna surgen demasiadas preguntas sin respuestas, pero yo me he puesto a pensar después de todo este tiempo y reflexionar sobre lo sucedido; ¿existiría algún tipo de arrepentimiento en el corazón de este padre desalmado?
Nuestro rostro se puede ver reflejado en un espejo, incluso en el agua, pero en el corazón se refleja la persona. Nada hay más engañoso y perverso en la vida que nuestro propio corazón, lo dice la palabra de Dios, este es el filtro por donde pasan todos nuestros pensamientos buenos, malos y perversos.
El no sacar lo que le hace daño produce efectos nocivos en nuestro cuerpo, endurecimiento, amarguras, odios, resentimientos, culpas, en otras palabras abunda la oscuridad y su destino final ni él mismo lo imaginaba.
Le faltaron muchos años de condena por cumplir, pero la oscuridad en su corazón lo enfermó antes de tiempo, partió con secretos que solo él conocía. En el libro de Proverbios 26:3 dice. Dame hijo mío tu corazón… es lo único que Dios nos pide.
Reflexionemos: Solo Dios conoce el estado de nuestro corazón, aprendamos a cuidarlo, acercándonos cada día a aquel que lo escudriña todo y lo saca de la oscuridad a la luz. En el Salmo 139:23 el Rey David expresa: Examíname, oh Dios y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad.
Ruby Gómez
Sexto Sentido.