La coherencia estratégica es lo único que garantiza que un invasor pueda ser expulsado, que se restablezca la democracia en un país, o que un régimen gángster deje de patrocinar el terrorismo.
No se trata tanto de la “unidad” de los países libres en su lucha contra las autocracias.
Se trata, más bien, de emprender acciones contundentes y garantizar el compromiso a ultranza, contra viento y marea.
En la lucha por la liberación de Ucrania, por ejemplo, se habla mucho de la repotenciada unidad occidental.
Pero, dependientes como son de la energía suministrada por Moscú, los occidentales sancionan a Putin y luego, ellos mismos burlan sus mecanismos sancionatorios.
Se niegan a restringirse un poco hasta lograr la reconversión energética, pagan como el Kremlin exige que paguen, y con tales pagos terminan lucrando a Moscú para que financie el genocidio.
En otra situación llamativa, el Senador de los EEUU, Rand Paul, mantuvo bloqueada la ayuda económica a Ucrania durante varios días y los efectos de su actitud aún no pueden calcularse.
Los motivos de Paul pueden ser muy loables porque, al fin y al cabo, su misión no es otra que defender el interés nacional de los Estados Unidos.
En efecto, se estima que el dinero del contribuyente norteamericano ( tan sacrificado como está ), podría estar cayendo en saco roto ; que el armamento suministrado a Zelenski podría estar desviándose al mercado negro ; que no hay garantía logística de que todo ese material llegue a su destino, y que los rusos están logrando destruirlo antes de que sea desempacado.
Además, si el conflicto se prolongase indefinidamente, a modo de guerra de desgaste, o inconclusa, los costos de asistencia podrían ser astronómicos e insospechados, perjudicando más a Washington que a Moscú, en una clara demostración de efecto bumerán.
En otras palabras, las razones del Senador pueden ser impecables, pero debilitan la acción colectiva contra el invasor, sobre todo si se tiene en cuenta que el apetito expansionista de Putin es insaciable y que los errores occidentales que facilitaron la invasión de Ucrania siguen intactos en lo que tiene que ver con Georgia o con Moldavia.
Por otra parte, países como Finlandia y Suecia han emprendido una carrera desenfrenada para ser aceptados en la OTAN y gozar de la única protección que los pondría a salvo de las pretensiones rusas.
Pero Turquía, con el inmenso poder militar de que dispone, que ya es miembro de la Alianza, y cuyo voto es insoslayable, se opone.
Y se opone porque hacer parte de una alianza no diluye sino que, por el contrario, vigoriza los intereses nacionales.
En concreto, los nórdicos se han opuesto a dotar a Ankara de sofisticado material militar en momentos críticos y ahora Turquía lo ha sacado a flote.
Como si fuera poco, los turcos han sido el portón, la válvula que ha regulado el flujo de migrantes hacia Occidente, pero no han sido recompensados adecuadamente y se le ha negado sistemáticamente el acceso a la Unión Europea, tal como le ha sucedido durante treinta años a la mismísima Ucrania.
Pero lo que verdaderamente mortifica a Turquía es que, durante años, Estocolmo y Helsinki han dado albergue y aliento a grupos terroristas que atentan contra su integridad territorial.
En definitiva, una situación relativamente similar a la que ha tenido que padecer Colombia al constatar la permisividad y complacencia con las que Suecia, en particular, ha acogido y empoderado a las Farc de antes y a las de ahora que, en el fondo, siguen siendo las mismas.
Adicionalmente, suecos y finlandeses eran mayoritariamente neutrales y rechazaban abiertamente a la Alianza Atlántica, pero, ahora, cuando se sienten en peligro, reclaman, sin contribución directa, sin pagos efectivos, sin asumir compromisos evidentes, que se les expida una póliza contra todo riesgo, tan gratuita como inmediata.
Para resumir, los argumentos turcos pueden ser muy razonables, muy plausibles, pero han afectado la unidad de esfuerzo aliada y han solazado al aparato militar del Kremlin.
O sea, que detrás de todo esto no solo está la coyuntura marcada por la inconsistencia en las sanciones económicas, el bloqueo de Rand Paul o la racional reticencia de Turquía.
Lo que subyace a todo esto, y lo que en realidad preocupa, es si más allá del texto del tratado de la OTAN y la asistencia mutua asegurada que supone su artículo 5, todos los 30 miembros estarían indeclinablemente dispuestos a enfrentarse a Rusia por defender a los miembros periféricos y menos sobresalientes del esquema.
O sea, si en su momento no supieron, no pudieron, o no quisieron proteger a Ucrania, ¿ por qué lo harían ahora con Bulgaria, Rumania, o las antedichas Georgia y Moldavia que ni siquiera hacen parte de la flamante lista de espera de admisión ?
vicentetorrijos.com