Al acentuar al máximo su ofensiva basada en atentar contra la población civil ucraniana, Rusia demuestra su total menosprecio por la diplomacia reputacional ( basada en el prestigio, la aceptación y la atracción ) para moldear progresivamente el que será su modelo de dominación, con o sin acuerdo en la mesa de negociaciones.
En efecto, no solo introduce ajustes para consolidar su control sobre las nuevos Estados soberanos del Donbás sino que involucra en los ataques a las que ya denomina como fuerzas regulares de la República independiente de Donetsk.
En esa línea, reprime sistemáticamente a la población mediante bombardeos masivos que han producido catástrofes humanitarias como las de Bucha y Mariúpol, que pasarán a la antología de la guerra en un plano muy similar a lo acontecido en Dresde, Gernika e, incluso, Katin.
Semejante situación ha llevado al presidente ucraniano incrementar sus discursos de denuncia en los diferentes parlamentos de los países occidentales tratando de sensibilizar a unos gobiernos que siguen destinando armamento a la resistencia intuyendo que el conflicto puede convertirse en particularmente prolongado.
Al parecer, los gobiernos occidentales han comprendido que Putin no recurre a un único modelo estratégico de expansión-dominación sino que, de acuerdo con los entornos geoculturales emplea esquemas adaptativos basados en variadas metodologías y cronogramas, de tal modo que así como tardó solo seis días en derrotar a Georgia en el 2008, o 20 años para estabilizar Chechenia, ahora podría tomarse todo el tiempo que haga falta hasta completar las tareas en Ucrania.
Y, lo que es aún más significativo, sin renunciar por ello a las operaciones en Siria, o a una eventual irrupción en Moldavia, a partir de su enclave de Transnistria.
Por supuesto, la ofensiva diplomática para retirar a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, o el proceso emprendido contra el presidente Putin en la Corte Penal Internacional pueden ser simbólicamente llamativos, pero en nada alterarán la ofensiva, entre otras cosas porque, por ejemplo, la relación orgánica entre la Corte y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas conduce a que, más allá de que las grandes potencias no reconozcan la competencia de tal Corte, ellas pueden bloquear los efectos verdaderamente significativos.
En otras palabras, si la guerra se prolonga indefinidamente, los gobiernos occidentales verán cada vez más difícil mantener el compromiso con los ucranianos puesto que los rusos, paciente y sostenidamente, irán perfeccionando su control en lo que, al fin y al cabo, es su área de influencia natural, tal como puede colegirse de la experiencia de Crimea, para no ir demasiado lejos.
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