Y que lo hizo porque Berousov y Paristov andaban en malos pasos, espiando para Maduro, el mejor aliado de Moscú en estas latitudes.
Por supuesto, más se demoró en conocerse la noticia que el gobierno de Putin en retaliar y hacer lo propio., tal como está consignado en la práctica diplomática del ‘toma y dame’ y ‘unas por otras’.
O sea, que mientras el gobierno colombiano se tomó dos años en investigar, documentar y probar el espionaje, a Putin le bastaron dos minutos y un plumazo para reivindicar el empate y convertirlo todo en un episodio absolutamente intrascendente.
La información oficial apuntaría a que los dos rusos eran una especie de super agentes que, a la mejor usanza decimonónica recorrían el país a pie, metían sus narices por las rejas de las estaciones eléctricas, tomaban fotos de la infraestructura crítica, contrataban traidores en los bares de la esquina para que recabaran la información de máxima precisión requerida por el Kremlin y por Miraflores.
Nada de satélites, aeronaves invisibles, operaciones cibernéticas, inteligencia artificial y valoración de capacidades.
O sea, el Servicio de Inteligencia Militar de Rusia y el Servicio de Inteligencia Externa del imperio ruso dependiendo de jornaleros y obreros de la construcción para recolectar la información de alto significado estratégico sobre Colombia.
En resumen, o los rusos están muy retardados en cuestiones tecnológicas, o somos tan insignificantes para ellos que todavía andan por ahí, de barrio en barrio, usando teleobjetivos y drones comprados en el Fotocine de Chapinero.
A menos, claro, que estemos, a duras penas, frente a la punta del iceberg, la fachada, la máscara, lo simplemente superficial y manifiesto.
Y que en lo profundo de todo esto haya un verdadero propósito estratégico combinado del inamovible Maduro, y Putin, el imperturbable, por interferir los procesos políticos colombianos de cara al 2022.
Interferir, intervenir, moldear y reconfigurar la democracia colombiana.
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vicentetorrijos.com