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Es claro que ya se puede hablar de geopolítica vacunal, un fenómeno inédito en las relaciones internacionales.

 ASTROLABIO # 95 / VIE 02 ABRIL 2021

Básicamente, consiste en la contienda interestatal -asociada a la industria farmacéutica- por controlar el mercado de las vacunas y, sobre todo, por consolidar la influencia político-económica.

Aunque no siempre los fabricantes de las vacunas son empresas estatales, las inversiones en investigación, los compromisos adquiridos y los nexos gubernamentales hacen que ellas terminen convertidas en un recurso codiciado y escaso.

Recurso mediante el cual los gobiernos ejercen su poder en un frágil e inestable tablero de múltiples pesos y contrapesos.

Dicho de otro modo, la ilusión de que ante una amenaza no intencional, y de cobertura global, el sistema internacional generase una especie de solidarismo sanitario se desdibujó prontamente.

O sea, que a pesar del mecanismo Covax, liderado por la OMS para horizontalizar el acceso, lo cierto es que el nacionalismo vacunal es la constante ; y seguirá siéndolo.

Seguirá siéndolo por la sencilla razón de que estar vacunado no será garantía de inmunidad y solo les reportará a los seres humanos una falsa o, por lo menos, efímera sensación de seguridad personal.

En efecto, la relativa eficacia de cada vacuna y, más aún, la evolución del virus, con cepas de uno y otro talante, obligará a producir nuevas versiones que tendrán que inyectarse año tras año, limitando así cualquier tentación egoísta de sentirse a salvo.

En la práctica, eso significa que el tráfico de influencias seguirá siendo el hilo conductor de una diplomacia vacunal en la que muchos acuerdos y controversias interestatales se medirán también en función del valor añadido que las vacunas suponen.

De hecho, unos países aventajan a otros porque supieron negociar oportuna y ventajosamente ; algunos se jactan de estar logrando la inmunidad de rebaño para luego renegociar las dosis sobrantes entre los marginados ; y no faltan los que empiezan a sancionarse mutuamente por ese afán chauvinista cuyo estandarte simbólico será el pasaporte sanitario.

Francia, por ejemplo, quiere recobrar su autonomía biomédica y ha denunciado la prepotencia química de los chinos y los rusos, quienes niegan estar comportándose con semejante vileza y villanía.

Los cubanos, por su parte, han anunciado que muy pronto tendrán la propia, reivindicando así la leyenda de su gloriosa medicina antiimperialista.

Y los brasileros también lo están haciendo, desvirtuando el mito de la impiedad e indolencia con que el gobierno habría enfrentado la pandemia.

Como sea, Brasil hace gala de sus capacidades acumuladas y ha anunciado que su Instituto Butantán, el más poderoso en la producción de estos sueros en el hemisferio, y con 120 años de tradición, está dando un claro ejemplo de avanzada cooperación sur-sur al asociarse con Vietnam y Tailandia.

Cooperación que, luego de asegurar a sus propios ciudadanos, irradiará la influencia hacia «los países de renta baja y media, que es donde necesitamos combatir la pandemia ya que ella podrá estar bajo control en Norteamérica y Europa, pero el virus seguirá presente en los países de África, Asia y América Latina».

Para resumir, el planeta asiste a una formidable lección de semiótica del poder, aquella que basada en señales, indicios y signos, se usa para inclinar la balanza hegemónica a favor de unos intereses geopolíticos, en detrimento de otros.

Al principio, la vanidad occidental y eurocéntrica desestimó la vacuna rusa, solo para después tener que tragarse sus palabras.

La Universidad de Oxford, asociada a la anglo-sueca Astra-Zeneca ha puesto en tela de juicio su prestigio con aquello de los trombos, o los efectos adversos.

Y muchos ciudadanos de América Latina que nunca han querido saber nada de los chinos y sus siniestras artimañas manufactureras, ahora han tenido que bajar la mirada y decir «sí» cuando les preguntan si quieren vacunarse pero que el único suero disponible es el producido por Pekín.

vicentetorrijos.com