La Mansedumbre es algo que todo hombre y mujer debe anhelar en su vida, pues ella nos proporciona belleza, serenidad y paz, nos capacita para unas excelentes relaciones interpersonales, nos hace aptos para una vida familiar sana y armónica, y nos da la capacidad de amar la vida de quienes están a nuestro alrededor.
El manual de vida nos enseña en Santiago 3:13 “¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre.”
Es necesario aclarar que la mansedumbre no tiene nada que ver con el temperamento natural. De hecho, podemos poseer un temperamento poco irritable y tranquilo, pero cuando se enfrentan a una prueba más fuerte que su capacidad natural de resistencia, explotan violentamente, como una olla a presión.
El mejor ejemplo de mansedumbre lo vemos en Nuestro Señor Jesucristo quien desde la agonía en la cruz exclamó: “…Padre perdónalos porque no saben lo que hacen…” Del Señor aprendemos que la mansedumbre no es señal de debilidad sino de fuerza y fortaleza de Dios en nuestra vida.
Otro gran ejemplo fue Moisés, de quien se dice en las Escrituras: “Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Números 12:3).
Sin embargo, si vemos su vida con detenimiento, nos damos cuenta que la mansedumbre es dulzura, ternura, enseñabilidad, humildad, pero nunca laxitud. Moisés, siendo manso, se mantuvo firme en los principios, con una fuerza interior inquebrantable dada por su fe, que le permitió no ceder ante las amenazas o las presiones más terribles.
Él no tuvo temor de desafiar al Faraón de Egipto diciéndole las palabras que Dios ponía en su boca; tampoco dejó pasar por alto las faltas del pueblo que lideraba. La mansedumbre consistía en que antes de reaccionar y dejarse guiar por sus emociones, escuchaba la voz de Dios. Por eso, a la hora de enfrentar adversarios y contradictores, lo hacía con paciencia y sabiduría, respondiendo con amabilidad frente a las palabras o actitudes injustas y duras que recibía.
¡Qué maravilloso reto que con la ayuda de Dios podemos alcanzar! Que privilegio es ser mansos, convirtiéndonos en hombres y mujeres pacientes, apacibles, no dispuestos a la ira, a la pelea o al resentimiento. ¡Cuán deseable resulta ese carácter de serenidad en medio de los problemas, de las situaciones difíciles aún, en medio del dolor!
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Escrito por Juan Carlos Gaviria y Yolanda Salazar