¿Alguna vez has sentido que Dios se está demorando mucho en responderte?
¿Has sentido que Dios se olvidó de ti?
¿Has sentido que Dios te falló?
Creo que todos en alguna ocasión, así no lo expresemos, hemos sentido que Dios llegó tarde, o que no nos atendió.
La verdad, es que estamos viviendo en una sociedad contemporánea, marcada por un ritmo de vida muy acelerado y frenético que a menudo resulta en niveles crecientes de preocupación, ansiedad y estrés.
En esta loca y agitada carrera contra el tiempo, es común que busquemos respuestas rápidas, soluciones inmediatas y resultados instantáneos, porque de esta manera, nos hemos acostumbrado a vivir, y pensamos que el reloj de Dios debe funcionar y estar sincronizado con el nuestro; sin embargo, así no es. Los tiempos de Dios son perfectos, aunque pensemos a veces que el reloj de Dios está muy lento.
El rey David nos enseña que debemos tener paciencia ante cualquier situación que estemos enfrentando, y solo de esta manera Dios nos responderá y acudirá a nuestro llamado.
Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos.
Salmo 40:1-2
Una gran enseñanza en medio del ajetreo y la presión que a diario vivimos. Esta es una clara invitación a tener confianza en el proceso, a creer en lo invisible y a mantener la esperanza en los tiempos de incertidumbre.
Jesús en algunas ocasiones nos transmite la importancia de entender y aceptar los tiempos de Dios.
Juan 2:4
Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora.
Juan 7:6
Entonces Jesús les dijo: Mi tiempo aún no ha llegado, más vuestro tiempo siempre está presto.
Claramente vemos cómo Jesucristo nos lleva a comprender que los tiempos de Dios son perfectos y exactos. También debemos aprender a confiar mucho más en Dios. Esta confianza trae consigo una sensación de paz y de tranquilidad que nos permite manejar los días difíciles con mayor fortaleza y resiliencia.
EDGAR JAIMES.