Sin datos contundentes, varias organizaciones de veterinarios sentenciaron al comienzo de la pandemia que las mascotas no podían transmitir el virus a sus dueños.
Desconocían así la posibilidad, tejida con propiedad, de que muchas epidemias a lo largo de la historia pueden haber sido desatadas por animales y por el estrecho contacto entre ellos y los humanos tanto en bosques como en mercados.
Como sea, el sacrificio de casi 100 mil visones en una granja de Teruel demuestra con absoluta claridad que no es admisible asumir el riesgo en primera persona para llegar a una conclusión irrefutable.
Por supuesto, esta dolorosa decisión biológica se agrava en el plano económico y social porque supone el derrumbamiento de la industria del visón en tales países.
Pero, por otra parte, hace necesaria la reflexión sobre los alcances y límites de la relación familiar entre humanos y animales.
Sin duda, la historia ha demostrado que domesticar animales fue decisivo para el desarrollo y la supervivencia de la especie.
No obstante, la historia de las mascotas es muy distinta y la intimidad emocional que se establece entre el adoptado y el que adopta puede asimilarse en multitud de ocasiones a un vínculo casi filial, o fraternal.
Y si el contexto de la pandemia actual ha obligado a revisar los hábitos y las costumbres interpersonales, es apenas natural que lo mismo se presente entre animales y personas.
En tal sentido, es de suponer que si las mascotas salen a la calle, el riesgo se eleve considerablemente, empezando por el hecho de que su pelambre podría portar el virus en condiciones muy similares a las que se dan en el cabello de la gente.
Más allá de que algunas conjeturas técnicas indiquen que el pelo no es exactamente la superficie más propicia para el coronavirus, lo cierto es que el simple hecho de que el riesgo exista sugiere que los humanos deben lavarse bien al regresar al hogar y que, por ende, debería procederse de igual modo con las mascotas.
En resumen, seguir asumiendo que los animales son un mundo aparte y que en medio de esta crisis las mascotas no tienen nada que ver con el problema solo es una muestra del sesgo emocional con el que muchos se resisten a aceptar la realidad tan solo para preservar intacta su relación afectiva con el animal que habita en casa.
De hecho, la demoledora suerte que han corrido los visones de Teruel, Jutlandia y Brabante ya no deja espacio para evadir el problema, o aplazar su tratamiento.
Por el contrario, exige analizar la situación como un fenómeno de salud pública para garantizar el bienestar de los dueños pero, sobre todo, el de las mascotas, porque, al fin y al cabo -como es apenas obvio-, ellas no pueden decidir por sí mismas.
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Vicente Torrijos es profesor de asuntos estratégicos en la Escuela Superior de Guerra.
vicentetorrijos.com