Desde el comienzo mismo de la humanidad, la historia del ser humano aquí en la tierra ha sido marcada por sus victorias y fracasos; no se podría afirmar sobre cuáles son los porcentajes que predominan en cualquiera de los dos casos.
Siempre le damos más crédito a las cosas buenas que nos pasan, hasta el punto de sobrevalorarlas.
En cuanto a los fracasos, preferimos sacarles el cuerpo para no tenerlos en cuenta, ya que de allí no hay nada que rescatar.
Hablar de los fracasos es hablar de nuestra fragilidad, la humanidad que siempre nos acompaña. Somos seres humanos, y esto implica una tendencia inevitable al error. No somos perfectos, tampoco pretender que podemos llegar a serlo; es lo peor que podríamos hacernos.
Los errores nos enseñan, nos hacen crecer; así no podamos comprenderlo a su debido momento. Basta solamente reflexionar y percatarnos que no todo es malo; aún más cuando entendemos que estamos en un proceso de formación donde muchas veces Dios nos tiene que enseñar a través de las experiencias buenas y malas, para que a través de esto, pueda perfeccionar su obra en nuestra vida.
Fracasar no está en nuestros planes, pero en los de Dios sí; es por eso que el manual de la vida, también conocido como la Palabra de Dios, nos habla de una manera abierta y a veces descarnada de los errores que cometieron los hombres de Dios.
Un ejemplo es el Rey David, quien fue un hombre amado por el pueblo de Dios y también odiado. Sus actuaciones marcaron la vida de muchos, ya sea por enfrentar a un gigante que desafiaba al ejército del pueblo de Israel, pero también su triste proceder cuando envió a asesinar a uno de sus soldados más fieles tras haberse acostado con su esposa y no poder justificar su falta.
Lo increíble de todo esto, es que cada uno de ellos logró reponerse de su fracaso, dejando sus nombres en un catálogo de aquellos hombres extraordinarios que experimentaron cómo sus vidas fueron restauradas por la Misericordia y la bondad de Dios.
Hay cosas que a nosotros, como seres humanos se nos salen de control; no sabemos qué hacer con ellas, se vuelven una pesadilla porque sabemos que los fracasos y errores nos dejan mal ante Él, los demás y aún, con nosotros mismos.
Frente a esta situación, no nos queda otro recurso que esperar que sea Dios el que componga el camino. Él es experto en reparar nuestros daños y su virtud se basa en enderezar los caminos torcidos, y claro está, que Él tuerce lo que nadie puede enderezar.
“Fíjate en lo que Dios ha hecho, y verás que nadie puede enderezar lo que él ha torcido.”
Eclesiastés 7:13 TLAI
Lo que yo no puedo manejar, debo entregarlo en las manos de Dios para que Él trabaje con esto, dejando todo lo que me aflige y asumiendo las consecuencias que se puedan desprender de estas situaciones, siendo coherente, entendiendo que lo que siembro, al final lo termino recogiendo.
Dios trabaja en mis errores haciendo que estos efectos no nos saquen del camino, rescatándonos muchas veces de la misma muerte, y trabajando en los efectos que estos puedan ocasionar. Dios como Padre nos permite experimentar su Misericordia, pero como buen Papá no nos deja exentos
de la disciplina. Esto nos infunde confianza y nos llena de aliento al saber que todos hemos experimento su compañía en los momentos más aciagos de nuestras vidas, confiando siempre en su labor y descansando en su soberanía.
Dios los bendiga.
Escrito por: Gustavo Ríos.