La primera, es un partido político decadente, sin ningún apoyo popular, con dirigentes gravemente enfermos y sin ningún tipo de liderazgo democrático.
Su aspiración se centra en conservar las curules que recibieron como privilegio, cristalizar el tratamiento preferencial prometido por la justicia transicional y hacer parte de una coalición que reemplace al uribismo en el 2022.
Ante esta primera Farc, el gobierno actual ( todavía ) tiene dos opciones.
Primero, pasar de las palabras a los hechos, de tal modo que si ha constatado el incumplimiento de los acuerdos en materia de bienes, armas y reparación de las víctimas, actúe en consecuencia, tal como ( se ) lo señaló la ciudadanía en la votación del 2 de octubre del 2016.
O, segundo, contemporizar, empeñarse en el asistencialismo al partido Farc, y garantizarle los mencionados privilegios.
En cuanto a las otras Farc, esto es, las verdaderas Farc-Ep, las genuinas, las que han proseguido la lucha armada tal como lo han hecho desde siempre, dándole continuidad al pensamiento de Vieira, Arenas y Marulanda, el gobierno actual solo tendría una opción.
Esa opción no es otra que desarrollar una estrategia contrainsurgente de última generación ( a la que llamaremos C2, competitiva-y-cardinal ), tanto a nivel interno como externo, reconociendo, ante todo, la unidad Farc - Eln.
Pero, por supuesto, siempre habrá otra opción. Siempre existirá la tentación negociadora. La de aquella típica “estrategia oscilatoria” que ha caracterizado a cierta parte del Establecimiento.
Esa consiste en hacer lo mismo que hizo Santos en La Habana, aupado por Obama, en el 2012. Al fin y al cabo, la cúpula del Eln ya está allá, apoltronada y a la espera.
En ese sentido, ¿ qué tanto podría influir ahora Joe Biden ?
Buena pregunta.
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Vicente Torrijos es profesor de asuntos estratégicos en la Escuela Superior de Guerra.
vicentetorrijos.com