🌐 ASTROLABIO # 302 - VIERNES, 28 DE MARZO DEL 2025
Puesto que sus matrículas y donaciones resultan insuficientes, la institución trabaja con holgura porque el gobierno la impulsa mediante diversos incentivos de los que ella depende para no caer en el precipicio presupuestal.
En tal sentido, el prestigio acumulado por la universidad depende de un juicioso equilibrio para mantener a nivel institucional una prudencia ideológica a toda prueba evitando convertirse en simples defensores o contradictores de un presidente o del otro.
Asimismo, para no ser percibida como un centro de estudios ideológicamente obsecuente, o como una simple marioneta política, servil a unas u otras tendencias partidistas, ella ha tratado de separar con claridad sus posiciones oficiales de aquellas corrientes de pensamiento con las que simpatizan libremente los alumnos y los profesores.
Pero todo esto no siempre funciona.
Por supuesto, las universidades-pasquín, categoría en la que caben con pasmosa facilidad tanto instituciones públicas como privadas, no se preocupan mucho por su reputación en términos de identidad ideológica, o activismo partidista.
En muchas ocasiones, las posiciones directivas ( a diferencia de la experticia que liga a los profesores más brillantes con la solución de problemas sociales a cargo de los gobiernos ) son utilizadas como trampolines para escalar en sus carreras políticas, subordinando así el interés institucional a los apetitos meramente personales.
Cuando los ciudadanos perciben estas maniobras con claridad, castigan a los campus, eligiendo a otros que no privilegian el activismo en sus agendas, o que, cuando tienen una naturaleza confesional, no la convierten en un foco de manipulación religiosa.
Precisamente, la Universidad de Columbia -como varias decenas más-, se vio inmersa en esta maraña de debates tras los atentados del 7 de Octubre de Hamás contra Israel.
De un momento a otro, los constructivos debates sobre terrorismo, sociedad y asuntos globales derivaron en una agitación manipulada asociada al antisemitismo, horadando así los cimientos mismos de la convivencia universitaria y la razón de ser de la institución educativa.
Sobre la base de que cualquier tipo de sectarismo, extremismo o radicalización ( supremacista, racista, de odio ) amparado en este o aquel discurso ideológico o partidista es incompatible con las libertades sobre las que las universidades se erigen, la de Columbia se vio sorprendida por una avalancha de conductas que paralizó, o turbó su toma de decisiones.
Pero, progresivamente, las directivas fueron interpretando con mayor claridad toda esta complejidad situacional en aras de recuperar la ecuanimidad, la pulcritud y el rigor sobre las que se basan la libertad de expresión, opinión y cátedra.
Así que cuando el diálogo sensato y sereno entre la rectoría y la Casa Blanca para garantizar la continuidad de las ayudas económicas superó cualquier tentación de poner a la universidad al servicio de intereses ideologizados, ella recobró plenamente la estabilidad y restauró su reputación sin ambages o cortapisas.
Por supuesto, muchos sectores predispuestos e identificados con el activismo agitador que soñaban con apoderarse de la universidad como plataforma sectaria se apresuraron a calificar los acuerdos entre Columbia y Washington como un ejemplo de sumisión y sometimiento.
Pero, ¿ acaso alguien puede siquiera suponer que las mentes brillantes que dirigen a tan emblemática universidad, van a postrarse como borregos ante esta o aquella administración de turno en la Casa Blanca ?
Como es apenas obvio, para tales sectores deseosos de instrumentalizar a la universidad, las directivas que hace un año merecían todos sus aplausos, ahora reciben sus diatribas.
Pero, en el fondo, lo verdaderamente loable en todo esto, es que, finalmente, la universidad ha rescatado su mismísima esencia como defensora a ultranza de las libertades públicas e individuales.
vicentetorrijos.com