La regulación de la inteligencia artificial es incipiente y es probable que cualquier esfuerzo al respecto nunca sea satisfactorio.
En consecuencia, tendremos que aprender a vivir sigilosamente en lo que denomino ‘autocracia digital’, esto es, una infosfera basada en el telecontrol de la vida cotidiana individual ejercido por conglomerados o gobiernos intrusivos, invasivos y destructivos.
En tal sentido, nuestras decisiones estarán cada vez más influenciadas por el conocimiento que ese aparato autocrático tiene de nosotros mismos.
Puesto que cada quien crea sus propios parámetros de uso y consumo de la información, los algoritmos y plataformas se encargan del resto.
Generan carriles de datos coincidentes con nuestro perfil y comienzan a influir sobre nuestra cadena decisional. No gobiernan las mentes ; pero su influencia es lo importante.
Básicamente, influir es diseñar agendas que orienten las preferencias de otros a corto y largo plazo.
Y en eso es que se basa el consumo ( los mercados ), el modo de vida ( la cultura como negocio ), la seguridad ( el interés nacional ) y las intenciones de voto ( el destino político ).
Pero, en el fondo, lo más interesante ( y preocupante, como quiera verse ), es la relación entre los algoritmos y la ética.
Porque al definir, orientar, enrumbar, o sea, al influir sobre los juicios morales, se decide ya no una compra, un gusto o un voto sino la realidad propiamente dicha.
De hecho, el proyecto ‘Delphi’ de inteligencia artificial dado a conocer hace pocos meses por el Instituto Allen y la U. de George Washington apunta justamente a eso.
Analizándolo cuidadosamente, viene a ser algo así como el sistema y la red de la conciencia global.
Dicho de otro modo, es un complejo que se realimenta a diario con los planteamientos ( dilemas ) que millones de visitantes formulan sobre asuntos simples o enmarañados en torno a los que construyen su mismísima realidad.
En palabras del propio Instituto, « Delphi es un prototipo diseñado para investigar las promesas y, lo que es más importante, las limitaciones de modelar los juicios morales de las personas en una variedad de situaciones cotidianas, ayudando así a los sistemas de inteligencia artificial a estar éticamente más informados y a ser más conscientes de la equidad y la inclusión ».
Sin ser maniqueos, sino prácticos, cualquier usuario puede introducir su cuestión ética en la ventanilla de búsqueda y Delphi le responderá con diferentes criterios que, obviamente oscilan entre “lo que está bien” y “lo que está mal”.
Por supuesto ( al igual que sucede con cada ser humano, aunque uno se niegue a reconocerlo ), el complejo puede incurrir en sesgos basados en prejuicios que resultan inapropiados, u ofensivos.
Aún así, prosigue su marcha, ajustándose a cada minuto, matizando sus valoraciones y refinando sus estimativos.
De hecho, yo mismo le pregunté si Vladimir Putin es un criminal y me dijo que sí.
Luego le consulté si Rusia es un imperio criminal y volvió a responder que sí.
Pero cuando le pregunté si se debería atacar a Rusia, me contestó que eso sería « incorrecto ».
En definitiva, un gigantesco motor de la ética mundial que, más allá de los matices culturales y personales, teje la conciencia planetaria y la insufla en millones de transacciones cotidianas marcando el rumbo de lo que puede ser loable, o execrable ; admisible, o condenable.
vicentetorrijos.com