De derecha quedan pocos : el de Lacalle, el de Bukele y el de Lasso, porque el de Boluarte puede ser apenas un “bypass”. El último “nini” fue el de Iván Duque. Y los demás son izquierdistas.
Eso significa que estos últimos tendrán que esforzarse mucho para lograr tres cuestiones.
Primero que todo, mantener vivas sus coaliciones, evitando que se rompan en mil pedazos.
Segundo, asegurar su continuidad en las elecciones, dando muestras claras de eficiencia.
Y tercero, ser capaces de consolidar un liderazgo hemisférico, superando la tentación de la fragmentación.
Para consolidar sus coaliciones, necesitan alejarse definitivamente de la aceptación de la violencia como método político y demostrar que es posible concertar, conciliar y lograr consensos.
De hecho, los rezagos de autoritarismo basados en una lectura simplista de la lucha de clases pueden conducir fácilmente a la intransigencia y la imposición de criterios bajo prácticas de cesarismo, llegando, incluso, a frustrar tanto la cohesión social como el funcionamiento relativamente armonioso de tales gobiernos de izquierda.
Luego, para asegurar su aceptación y continuidad no pueden quedarse estacionados en el discurso de cambio y el volátil mercadeo de ilusiones progresistas.
Si las cifras en las encuestas empiezan a reflejar desconfianza e insatisfacción porque no hay logros tangibles y eficaces en torno a las necesidades básicas -empezando por la seguridad-, la sostenibilidad se irá al garete y el fracaso electoral, tanto a nivel territorial como nacional, quedará pronto en evidencia.
Por último, si no hay una coordinación supranacional que facilite la cooperación, la estabilidad transfronteriza y la interconsulta para ensayar fórmulas de solución de problemas comunes, la gobernabilidad será algo difuso y efímero, acéfalo y sin proyección en el manejo de asuntos planetarios.
En la práctica, y haciendo una suerte de balance, algunos de estos gobiernos
se están atascando en el manejo de sus coaliciones, casi que dedicándole más tiempo y energía a evitar que se rompan, en vez de estar activando mecanismos de autogestión y organización comunal.
Otros, están enfrascados tan solo en identificar soluciones, sin echar a rodar políticas públicas transformadoras, esto es, basadas en la aceptación y el bienestar, quedando sumergidos en un clima de frustración, parálisis y desencanto.
Y, finalmente, los gobiernos de izquierda, como un todo, no han conseguido aún el liderazgo específico-técnico necesario que, superando el ‘síndrome ideológico’, les permita generar influencia en el panorama multilateral explotando el nuevo sistema internacional ‘modular’ que se está gestando a raíz de la guerra en Europa del Este.
Liderazgo que, como es apenas lógico, requiere no solo de redes y aparatos institucionales sino de personalidades que motiven e impulsen el modelo con suficiente vitalidad y carisma.
En concreto, quién puede articular hoy esos recursos y motivar a los diferentes gobiernos y agentes no estatales de la izquierda para incidir en las decisiones globales de manera específica e inspiradora al mismo tiempo.
Lula da Silva está tratando de retomar el rol que asumió hace varios años, pero tanto él, como López Obrador, han sufrido un desgaste natural que les dificulta la tarea.
Otros, como Arce, Castro, Maduro y Fernández están demasiado ensimismados o no tienen vocación transnacional.
Así que la baraja se reduce a Gustavo Petro o Gabriel Boric. Pero ellos mismos son conscientes de sus alcances y limitaciones porque, al fin y al cabo, el gran drama histórico de la izquierda no ha sido otro que el de las pugnas internas.
Y una traumática tendencia al fratricidio.
vicentetorrijos.com