Vienen huyendo del despotismo desde Siria, Afganistán y África del Norte, pero también atraídos por una Europa que los desprecia, pero no puede subsistir sin su mano de obra.
Muchos se las arreglan para llegar a Turquía, pero la Unión Europea le gira cuantiosas sumas a Estambul para que opere como cordón sanitario y les impida que lleguen a contaminar el paraíso.
Otros intentan cruzar a diario el Mediterráneo rumbo a Italia, España, o Grecia ; pero los devuelven, o los admiten a cuenta gotas, solo a cuantos pueden ser útiles para que el aparato industrial pueda seguir funcionando
Con todo, lo más oprobioso es lo que sucede con quienes han logrado superar la barrera natural del mar e ingresan a territorio europeo tan solo para ser estigmatizados, confinados y segregados.
En Francia, que tanto se ufana de ideas igualitarias, muchos subsisten hacinados en campos de concentración a la espera de cruzar el Canal de la Mancha para llegar a un Reino Unido que también los abomina.
Hipócritamente, Europa critica a los Estados Unidos por construir un muro en la frontera con México, pero no muestra los kilómetros y kilómetros de sus verjas y alambradas, tanto internas como periféricas, de las cuales el famoso muro no es más que un pálido reflejo.
A tal punto llega esta geopolítica del cinismo y del desarraigo que los propios europeos se enfrentan mutuamente, desconcertados al constatar que el espíritu del nazismo nunca fue verdaderamente derrotado y, por el contrario, sigue flotando en el ambiente.
Al acusarse entre ellos mismos mediante maniobras retóricas y mediáticas, diluyen y redistribuyen momentáneamente la culpa que les embarga ; pero en vez de liberarse, se condenan.
En concreto, cuesta creer que tan solo por lanzar una “guerra híbrida” contra sus vecinos de la Alianza Atlántica, Bielorrusia aliente el viaje de los migrantes hacia su territorio, a sabiendas de que luego se verá obligada a asumir los costos humanitarios y logísticos de semejante avalancha.
De hecho, Minsk ha optado por suprimir los vuelos procedentes de los países emisores de los migrantes y, como es apenas lógico, cuestiona a sus vecinos europeos sobre qué piensan hacer en colectivo para resolver un drama que se agiganta en la medida en que se aproxima el invierno.
Al tender concertinas por doquier y movilizar 25 mil tropas, los polacos se tranquilizan a sí mismos y a los franceses y alemanes conteniendo el flujo.
Las autoridades de Bruselas se solazan transfiriendo la responsabilidad a los rusos, caricaturizándolos como autores intelectuales de semejante drama, y amenazan con sancionar a Minsk como si fuera el atizador del fuego.
Pero, como es apenas natural, Moscú les controvierte e increpa para que subsidien a sus aliados bielorrusos con el fin de que puedan alimentar a los desplazados, en tanto que Minsk les advierte que, si en vez de pagarle, le sancionan, les cortará el suministro de gas sin que le tiemble el pulso.
Gas procedente de Rusia y del que Europa depende para sobrevivir a diario, con lo cual, se ve paradójicamente sometida a la posibilidad de padecer el mismo frío y la misma hambre que ahora se niega a reconocer en los migrantes.
En otras palabras, los europeos están siendo “víctimas del éxito” postindustrial y aún no se atreven a reconocerlo.
Mediante mecanismos de “poder blando” ( persuasión, atracción, aceptación, imitación ), le han mostrado al mundo una sociedad idílica y deseable a la que todos los pueblos del mundo deberían aspirar.
Pero cuando, seducidos por tantas maravillas, los desterrados tratan de acercarse a recoger las migajas, la poderosa Unión los aborrece.
Lo que pasa es que al aborrecerlos, se sume, al mismo tiempo, en la más profunda desazón, el conflicto y la confrontación.
vicentetorrijos.com