Y es apenas natural que lo estén porque soñaban con revitalizar una industria naval que, para ser sinceros, es un tanto obsoleta, como mucho de lo que sucede en Francia.
Por otra parte, París confiaba en que tenía a Canberra como aliado incondicional, sobre todo en estos tiempos en que no cuentan en el abanico con ningún socio de importancia capital y menos aún en el sureste asiático, o en el Pacífico.
Para no andar con circunloquios, Francia es una potencia de la vieja guardia, en franca decadencia y sin influencia alguna en Washington, donde las decisiones globales se toman en función de los riesgos que se compartan y las capacidades para capotearlos.
Airados, llaman a consultas a sus embajadores, sin reparar en que los apetitos comerciales ya no son hoy la verdadera amalgama en las alianzas, y tal vez nunca lo han sido.
De hecho, los franceses aún no reconocen que la primera y verdadera revolución democrática en el mundo no fue la suya ( tan marcada como estuvo por la guillotina ) sino la norteamericana ( « Nosotros, el Pueblo » ).
Ellos tampoco han agradecido sinceramente que Washington los liberara a sangre y fuego de la dominación Nazi-fascista cuando en el Arco del Triunfo no ondeaba la tricolor sino la cruz gamada.
En la misma tónica, evaden por vergüenza el hecho de que medio país colaboraba con Hitler y que por su culpa muchos soldados aliados perdieron la vida y hoy reposan en suelo francés como testimonio de lo que verdaderamente significa la lucha por la fraternidad, la libertad y la igualdad.
Por supuesto, los franceses también han puesto bajo llave el debate sobre su retirada de Indochina en los cincuenta y cómo los americanos tuvieron que asumir el compromiso anticomunista sin otro apoyo de París que el de decir «hola, y adiós».
Asimismo, minimizan su tibieza en la guerra global contra el terrorismo tras el 11-S y creen que el mundo no percibe su insignificante conducta frente a Rusia en el Mar Negro, o ante China en el estrecho de Taiwán, o en el mar meridional, en tanto que países como la India, Corea del Sur, Filipinas o Indonesia se baten codo a codo con Washington y Londres trazando las correspondientes líneas rojas.
En tal sentido, es apenas comprensible que Australia rescinda el contrato de los viejos submarinos y prefiera los de última generación nuclear ofrecidos por los Estados Unidos.
Ofrecimiento que, más allá de la factura y de unos cuantos millones más, o menos, se basa en una nueva y genuina alianza trilateral ( AUKUS ), en la que Londres, Washington y Canberra se comprometen con los valores sagrados del pluralismo contra el despotismo.
Valores sublimes y no solo negocios en un área geoestratégica donde los verdaderos aliados de siempre combatieron contra el Eje y ahora combaten contra el expansionismo del PCCh, recibiendo de París solo pueriles rabietas como telón de fondo.
Incluso, Macron ha llegado a sugerir que ante la ruptura del contrato, Francia podría retirarse de la OTAN, como ya lo hizo en el 66.
En tal caso, puede estar seguro de que hoy, como entonces, nadie le pedirá que se quede ; y, antes bien, más de un gobierno celebrará la decisión bajo la premisa de que el chantaje nunca ha sido una buena señal y que solo deben considerarse como aliados quienes realmente lo merecen.
vicentetorrijos.com