Por eso, es importante preguntarse, primero, cómo se explica el fenómeno «Perú Libre» ; segundo, qué podría esperarse de él en la presidencia ; y tercero, qué efectos tendría para las relaciones con Colombia.
Que Castillo es un leninista, no tiene discusión alguna. Él mismo se ha calificado así, tal como lo hicieron en su momento Hugo Chávez y Evo Morales.
Sin embargo, el establecimiento peruano no supo entender lo que significaba tal cosa y la confundió con mero populismo : el mismo populismo del que también se ha valido recurrentemente la derecha.
En vez de presentar un modelo sólido que garantizara la integridad e innovación del sistema democrático liberal, apareció por tercera vez con la misma candidatura de Keiko Fujimori.
Procesada por la justicia y estancada en los votos de una herencia aún más cuestionada, esa candidatura parecía una maniobra para evitar el encarcelamiento y para indultar a su padre.
Pero, en el fondo, lo que explica el fenómeno Castillo es la pusilanimidad del asténico gobierno saliente, claro exponente de una tendencia generalizada en América Latina : la de la “derechita cobarde”.
La derechita cobarde es la de Macri, en Argentina ; la de Áñez, en Bolivia ; la de Moreno, en Ecuador, o la de Piñera, en Chile, para no poner más ejemplos.
Con su lasitud extrema, lo que ellos hicieron fue denigrar de la propia derecha que los eligió, apoltronarse en el poder mientras las multitudes se lanzaban a incendiar las calles, y encerrarse en sus palacios tan solo a gestionar el día a día.
En vez de darle un vuelco y modernizar sus sistemas sociales haciéndolos productivos y solidarios, con su prepotencia burguesa alimentaron el exitoso germen insurreccional que, solo milagrosamente, le permitió a Lasso instalarse en Carondelet.
Así que, ya en el poder, de Castillo se puede esperar que transite por alguno de los siguientes tres carriles.
Uno, es el del modelo tolerante-dialógico de Tabaré y Mujica en Uruguay, Bachelet en Chile, o Lula da Silva en Brasil.
El otro, es el del modelo pasivo-agresivo de Cristina y Fernández en Argentina, Sánchez Cerén en El Salvador, o Arce en Bolivia.
Y el último, es el del modelo hostil-corrosivo de Díaz Canel en Cuba, Maduro en Venezuela, y Ortega en Nicaragua.
Así que, del rumbo que tome, dependerán las relaciones entre Colombia y Perú.
Por supuesto, el mejor escenario es el primero, siendo también el que menos esfuerzos le exigirá al Palacio de Nariño.
Pero, tan desgastado como está, y tan sometido a las máximas presiones sociales, ¿ con qué vigor podrá Duque enfrentar las amenazas que supondría un Castillo situado en el tercer escenario ?
Porque si las empresas e inversiones colombianas en Perú empiezan a ser perseguidas, el apoyo al terrorismo transfronterizo se impone, y la intromisión en asuntos internos se constata, ¿ tendrá el actual gobierno colombiano la suficiente capacidad para enfrentar al agresor ?
O, cayendo en una sarcástica paradoja, después del fiasco diplomático que representó el extinto Grupo de Lima, ¿ se inventará otro de similar talante para «restablecer la democracia» en el Perú ?
vicentetorrijos.com