Elí Mejía Mendoza, alias ‘Martín Sombra’, uno de los comandantes más temidos de las extintas FARC-EP y responsable de la custodia de secuestrados emblemáticos como Íngrid Betancourt y Clara Rojas, falleció este lunes en el Hospital El Tunal de Bogotá. Su muerte marca el fin de una figura oscura del conflicto armado colombiano, cuyos crímenes incluyeron desde masacres hasta la toma de Mitú en 1998, por la que fue condenado a 24 años de prisión en 2010.
Conocido como “el carcelero” por su rol en el manejo de secuestrados, ‘Martín Sombra’ fue un hombre clave en la estructura militar de las FARC. Participó en operaciones como el ataque a la base militar Girasoles (1992) y la toma de Mitú, donde 61 policías fueron secuestrados. Sin embargo, su nombre volvió a la palestra en 2023, cuando en una audiencia ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), sorprendió al adjudicarse la autoría de la masacre de Mapiripán (1997), un crimen históricamente atribuido a paramilitares y militares.
“Fue una tropa mía que se llamó Marco Aurelio Buendía. Nosotros estábamos acostumbrados a hacer las embarradas y chantárselas a los otros”, declaró entonces, contradiciendo sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y fallos judiciales que señalaban a las AUC y al Ejército.
Su versión generó un terremoto judicial. Mientras organizaciones como el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (CEJIL) denunciaron que sus declaraciones “contradicen la verdad histórica”, otros testimonios, como el del exmayor ‘Zeus’, reafirmaron la responsabilidad paramilitar. La masacre, ocurrida entre el 15 y 20 de julio de 1997, dejó al menos 49 campesinos muertos y fue reivindicada en su momento por Carlos Castaño, líder de las AUC.
Pese a sus confesiones, ‘Martín Sombra’ nunca fue juzgado por este hecho. En sus últimos años, bajo la Ley de Justicia y Paz, admitió otros crímenes, como el reclutamiento de menores y entrenamientos brutales: “Les enseñaba a ahorcar sin fallar. El apretonazo”.
Su muerte cierra un capítulo, pero no las heridas. Para las víctimas de secuestros y masacres, su nombre sigue siendo sinónimo de impunidad. Mientras algunos insisten en que mintió a la JEP para limpiar su pasado, otros ven en su confesión un intento de reescribir la historia.
Lo cierto es que, como él mismo admitió en 2023: “Lo de Mapiripán fue una cagada”. Hoy, esa “cagada” —junto a su vida— queda enterrada en la memoria de un país que aún lucha por esclarecer quién mató a quién en medio de la guerra.
Las investigaciones sobre Mapiripán continúan, y la JEP deberá decidir si sus declaraciones —ahora sin réplica— merecen credibilidad o son solo el último acto de un hombre que vivió entre sombras.
Sala Digital Colmundo