El racismo, la discriminación, la xenofobia, la estigmatización, la exclusión, el egoísmo se constituyen en una franca violación de la ley del amor donde todos nos deberíamos ver como iguales. Muchas veces hemos escuchado que no hay ciudadanos de primera y de segunda categoría, pero los hechos demuestran lo contrario.
Se nos olvida que a todos nos corre la misma sangre; nadie la tiene azul. Todos tenemos el mismo nivel de vulnerabilidad; todos tenemos una vida finita. Por más que logremos acumular, nos vamos de este mundo como llegamos, sin nada. Todo es efímero y más la vida que es como la neblina. Así de claro lo dicen las sagradas escrituras en Santiago 4:14 “cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece”.
Si esto es así de claro, por qué nos creemos de mejor familia, de mejor estrato y por qué miramos por encima del hombro a las demás personas?. Así las cosas, este sin lugar a dudas es un viejo problema que no hemos podido superar en todos los países del mundo. Uno pensaría que abolida la esclavitud, y con la muerte de Martin Luter King, entre otros hechos, ya a estas alturas estos acontecimientos estarían superados y no tendrían por qué estarse presentando como ocurre hoy.
Aunque la palabra establece, en algunos pasajes como Romanos 2:11 dice “Porque en Dios no hay acepción de personas”, ha sido difícil para el hombre poderlo comprender porque pasan los años, y vemos que el racismo se sigue presentando con hechos como el ocurrido el pasado 25 de Mayo de 2020 cuando el afroamericano George Floyd fue muerto a manos de un policía en los EE. UU.
Infortunadamente en muchos países se presenta este tipo de comportamientos. Ni que decir de la xenofobia que experimentamos los suramericanos, los colombianos en otros países, en claros comportamientos de acepción de personas. Se nos olvida que todo ser humano merece respeto. Se nos olvida que no hay acepción de personas para con Dios y que es lo que él espera que nosotros hagamos según lo expresa en Santiago 2:9 “Mas si hacéis acepción de personas, cometéis pecado…”
Se ha vuelto costumbre, ha hecho carrera que se haga distinción de raza, religión, política, condición económica, feo, bonito, alto, bajito, negro, blanco, y que por lo tanto se excluye, se estigmatiza por cuenta de estos factores que puede caracterizar a un ser humano.
Para los que caminan por el aire, por su altivez, prepotencia, arrogancia, los que se creen la última coca-cola del desierto como se dice popularmente y atropellan a las demás personas, les quiero recordar una máxima de la vida consignada en Génesis 3:19 “pues polvo eres, y al polvo volverás”.
Todos tenemos una oportunidad de hacer cosas en la vida y que ojalá que todo cuanto acontece a diario sirva para reflexionar que una acción mía puede terminar impactando a millones de personas en el mundo y que bueno que esa afectación sea de manera positiva y no negativa.
Debemos entender que somos iguales ante los ojos de Dios. Incluso la carta de navegación de la vida dice en Fil 2:3 que “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo”. Pero uno no puede dar de lo que no tiene y por eso para poder dar amor debo estar conectado a la fuente. Es la oportunidad de cumplir con el segundo gran mandamiento escrito en Mat 22:39 “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.