Pero el Gobierno la percibió como un fenómeno cinematográfico de las antípodas y actuó demasiado tarde, siempre al ritmo que el microbio ha ido imponiéndole, sin ningún criterio basado en la anticipación estratégica.
De hecho, la irrupción del microorganismo se da en un momento crítico para la seguridad nacional, con bajísimo respaldo ciudadano al Ejecutivo, proliferación de grupos armados que desafían a la autoridad, altos niveles de criminalidad selectiva y una vulnerabilidad social enorme.
La radiografía perfecta del vacío de poder.
Un vacío de poder que se ejemplifica muy bien cuando el propio patriarca del Gobierno, el expresidente Uribe, le exige públicamente al Jefe del Estado que actúe frontalmente contra la pandemia, y los gobiernos subnacionales ejercen un liderazgo claramente superior al del Palacio de Nariño.
En tales circunstancias, el Ejecutivo ha tenido que refugiarse en el estado de excepción constitucional con la ilusión de que los enemigos del país moderarán sus apetitos y reducirán la intensidad del desafío.
Pero no. Aunque el virus no hace cálculos estratégicos, los antagonistas no van a modificar sus pretensiones solo para acatar el llamado oficial a que, para superar la enfermedad, “las diferencias deben desaparecer”.
Por ejemplo, con su cese el fuego, que tan solo es un canto de sirena, el Eln buscará que la Fuerza Pública haga lo propio para sentirse con las manos libres y procurará que Duque caiga en la trampa de retornar al diálogo en La Habana devolviéndoles ( ¡ gracias al virus ! ) tanto al grupo como al régimen de Castro el estatus de «promotores de paz» que habían perdido.
O sea, que los adversarios de Duque, tanto los que son leales a la democracia ( sistémicos ), como los que no lo son ( antisistémicos ), saben que tarde o temprano la pandemia estará controlada pero la posición del Gobierno será insostenible, abriéndose así múltiples posibilidades y cursos de acción.
En concreto, todos tratarán de llenar el vacío de poder y lo harán paralelamente a la curva de la Covid, convirtiendo así al disruptor en un ( abominable ) aliado.
Más aún, si por activa y por pasiva, el propio Ejecutivo lo facilita y lo permite.
Porque, en la práctica, ese crónico vacío de poder arrastrará al Gobierno a militarizar al país, con lo cual, el ciudadano y los cada vez más numerosos inmigrantes que se verán afectados tanto por el desempleo masivo como por la letalidad del microbio pondrán a la Fuerza Pública en el escenario profesional menos deseable, sobre todo si se tiene en cuenta que cada soldado y policía estará tan afectado por la crisis como aquellos a quienes se les ordena controlar.
Obviamente, las arcas estarán vacías cuando el virus se atenúe y el presupuesto del sector Defensa será intocable, pero habrá muchas presiones para que Duque termine por socavar también a las FFMM, agudizando así ese delicado vacío en que se mueve.
En resumen, el Gobierno no puede esperar que el coronavirus le devuelva el liderazgo y el apoyo popular perdidos, que los insurgentes declaren el cese de hostilidades, que la Alianza Bolivariana se convierta gracias a la mediación epidemiológica del expresidente Pastrana y que un miembro del Gabinete sea ungido como salvador y próximo presidente de la República.
Sucederá todo lo contrario.