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Sigue creciendo como espuma la idea de promover la convocatoria de una asamblea constituyente.

 ASTROLABIO # 202 / VIE 28 ABRIL 2023

Como si fuera una idea virginal y nunca tramitada, muchos sectores se aterran de semejante posibilidad.

Se aduce que si el actual Presidente no logra que el Congreso apruebe sus reformas, se estaría perpetrando una suerte de “golpe de estado blando”, a cuenta gotas, y que por esa razón al Gobierno no le quedaría más remedio que acudir a una mezcla de cesarismo, bonapartismo y plebiscitarismo.

Y si así fuera, es decir, si al Presidente se le antojase lanzar la propuesta para reemplazar la Constitución del 91 que su propio movimiento M-19 redactó, ¿ cuál sería el problema, el cataclismo ?

Primero que todo, la misma Constitución contempla un procedimiento muy concreto para gestionar semejante posibilidad.

En efecto, se requiere no solo la aprobación congresional sino el apoyo popular, combinando así las tendencias representativas y las participativas.

Ahora bien, si la idea prosperara y lograse superar los antedichos requisitos, ¿ cómo se podrían desconocer los criterios de legalidad y legitimidad que la estarían amparando ?

Segundo, la ‘tentación constituyente’ no fue un invento de los estudiantes de la séptima papeleta, ni del M-19, ni de Álvaro Gómez.

Como eso, como tentación refundadora del Estado, la idea de modificar la Carta Magna ha animado, por ejemplo, la reelección presidencial lograda en su momento por el uribismo, o la consagración de los acuerdos de La Habana con las FARC a pesar de la victoria del “No” en el 2016.

O sea, que si se trata de jugar a crear un nuevo Estado y redactar, o ajustar ese texto, todos los sectores políticos se han dedicado a tales lides desde siempre, dando, en cada ocasión, renovadas muestras de frenética y folclórica vehemencia.

De hecho, la ‘imaginería constitucional’ ha sido en el país una verdadera válvula de escape para aliviar los conflictos armados internos y siempre ha sido uno de los deportes favoritos de estudiantes, dirigentes partidistas y gobernantes de turno.

Para no ir muy lejos, ¿ qué porcentaje de la Constitución del 86 quedaba intacto cuando ella fue cambiada por la del 91 ( por cierto, nunca sometida a refrendación alguna ) ? 

Por otra parte, ¿ acaso las FARC de Iván Márquez no presentaron en La Habana -donde prácticamente todas sus pretensiones fueron acogidas- un decálogo como base para desarrollar un subsiguiente proceso constituyente ?

Entonces, si el Gobierno cumpliese a cabalidad con todos los preceptos constitucionales para darse a la tarea de convocar una asamblea refundadora, ¿ por qué desconcertarse y traumatizarse ante semejante ocurrencia ?

¿ Acaso por la desazón que surge de una oposición acéfala y atomizada que, tal como están las cosas, tendría serios problemas para ser considerada como plataforma alternativa y congruente frente a la acción colectiva de la izquierda ( suponiendo que esa izquierda se mantuviera unida ) ?

Dicho de otro modo, ¿ los ciudadanos que se sienten contrarios a Petro, qué tanto confían en aquellos congresistas que, aparentemente, tendrían la misión política de representarlos y oponerse ?

En tales condiciones, si a Gaviria, como sucesor de Galán, se le ocurrió la convocatoria en su momento, ¿ cómo torpedear ahora una idea que emanase de los sucesores del M-19 que tan orgullosos se han sentido de su Carta del 91, al punto de pretender una especie de ‘usucapión constitucional’ ?

Así que si todo lo que está ocurriendo desemboca mañana en una convocatoria que sea respetuosa de los requisitos que la propia Constitución contempla, ¿ qué está esperando la derecha -o lo que de ella queda- para enfrentar sus ideas y propuestas a las que, eventualmente, esgrimiese la izquierda en el poder ?

O sea, si este país está condenado a convertir el reformismo constitucional en espectáculo, ¿ quién le teme a quién ?  

¿ Quién se siente más cerca, o más lejos de la voluntad popular en este momento histórico tan incierto como decisivo ?

 

vicentetorrijos.com