En seguida, se dedicaron a practicar maniobras automovilísticas exhibicionistas.
Cuando la policía trató de entender lo que sucedía, los activistas se escabulleron.
Coordinados espontáneamente mediante redes sociales, muchos de ellos reaparecieron en minutos.
Pero lo hicieron en otro sector, para saquear en segundos una tienda de la cadena ‘Seven Eleven’.
Llegaron en enjambre, penetraron el local, agredieron a los empleados y se llevaron cuanto pudieron.
Al llegar, la policía no encontró nada, ni nadie.
Se trata de las movilizaciones relámpago : ‘flash mobs’.
Estudiadas cuidadosamente por sociólogos de la comunicación, han irrumpido desde hace varios años en muchos países.
La convocatoria es repentina, anónima, no organizada, no comandada, ni jerarquizada.
Los intervinientes no se conocen entre sí, no tienen un proyecto y, por supuesto, no son una constante en torno a un propósito político.
Son solo encuentros colectivos repentinos, esporádicos, fugaces e inconexos.
A alguien se le ocurre una idea, lanza la convocatoria ( a tal hora, en tal sitio, para ejecutar esta u otra acción específica ).
Durante mucho tiempo, estas iniciativas fueron simples explosiones de júbilo.
Fueron, incluso, expresiones “artísticas” : coreografías, aleteos, algarabías.
Pero, ahora, la tendencia es otra. Se asocia a intenciones destructivas sobre bienes públicos y privados.
Viene a ser algo así como una catarsis de agresión, una liberación de energías reprimidas en clave de caos y peligro.
Amparados en la acción de grupo, la ordalía, la asonada amparan al individuo y evitan la simple atribución de responsabilidades individuales.
Desconcertadas, las autoridades hablan de “incidentes delictivos oportunistas” y piden la colaboración comunitaria para identificar a los transgresores.
Pero, ¿ cómo prevenir, impedir, controlar o perseguir a un rayo, a una centella ?
vicentetorrijos.com