En la sociedad internacional, algunos países se comportan bajo el influjo de la gula.
Por razones históricas, metafísicas, o consuetudinarias, piensan que están predestinados a expandirse.
Y como se sienten amparados por ese discurso justificador, se aventuran y destruyen.
Ocasionan daño porque devoran cuanto encuentran a su paso y aducen todo tipo de razones para legitimar su codicia.
Como en el juego del dominó, se sienten autorizados a empujar una ficha para ver cómo las demás van cayendo bajo su dominio.
En semejante carrera, poco importa la persuasión, el diálogo o el acuerdo.
En vez de recurrir a la ley de la atracción, la afinidad, o los valores compartidos, ellos acuden tan solo al uso o la amenaza de uso de la fuerza.
Por supuesto, la distribución de poder, la equidad, la solidaridad y la corresponsabilidad nada importan.
Y las normas humanitarias, el principio de distinción o la dignidad humana sucumben ante el genocidio, el etnocidio, el ecocidio, los crímenes de guerra y los de lesa humanidad.
Todo lo que signifique concordia, interdependencia y correspondencia queda supeditado por completo al sometimiento, la imposición, el despotismo y la barbarie.
La amenaza, el constreñimiento y la retorsión se convierten en la constante.
El desafío, la desfachatez y la fanfarronería reemplazan a la sensatez, o la mesura.
En esa línea que, lejos de la demencia o la frivolidad, se caracteriza por la pendencia y la egolatría, solo tiene cabida el culto a la violencia.
El derroche de soberbia, el avasallamiento y el arrasamiento lo consumen todo, sin dejar espacio a la piedad, la compasión o el entendimiento.
Es por tal razón que a lo largo de la historia siempre han fracasado el pacifismo, el apaciguamiento, el idealismo y el antimilitarismo.
Porque los sátrapas, megalómanos y matones solo entienden el lenguaje de la legítima defensa, incluida la ‘preemption’ ( el ataque anticipado ).
A veces, el epulón parece ser el triunfador. Pero cuando la razón se acompaña de la fuerza, entonces las normas, la moral y las ideas alcanzan la victoria.
Solo basta ver cómo han terminado sus días Mussolini, Hitler, Stalin, Jaruzelski, Ceaucescu, Milosevic, Gadafi, Karadzic, o Slobodan Praljak.
Y por ende, cómo terminará Vladimir Putin.
vicentetorrijos.com